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La vecina de la memoria del Fontán

Laura Pérez, que ha vivido y trabajado siempre en la plaza, guarda recuerdos, fotografías y documentos que recorren la historia del corazón del Antiguo

La vecina de la memoria del Fontán

Conoce cada detalle de la plaza de planta rectangular y señala ventanas y rincones de los edificios y calles que la rodean. Lo acompaña con relatos, todo tipo de anécdotas. Muchas buenas y otras no tanto. Porque Laura Pérez lleva toda su vida en El Fontán, donde tuvo su tienda y siempre ha tenido su casa. Allí ha recogido experiencias, almacenado fotografías y recortes de prensa en su archivo personal de recuerdos en el corazón del Antiguo. Recorriendo las imágenes, libros y artículos que guarda en su domicilio puede seguirse la historia reciente del Fontán y llegar incluso a sus inicios, hace ahora 225 años, a través de los pequeños tesoros de sus estanterías.

"Nací aquí y siempre he vivido aquí, puedo contar todo lo que ha sucedido en los últimos 64 años en El Fontán", dice la comerciante jubilada, mientras termina una infusión en una cafetería de la calle Fierro, a escasos metros de la puerta de su casa. Su vivienda es una de aquellas que surgieron en 1792 en torno a la plaza, como "casillas" que servían de tienda y almacén a quienes vendían en el Fontán. El barrio la conoce casi tan bien como ella conoce al barrio y a la mayoría de sus gentes. Cuando se acerca a la barra para echar cuentas con el camarero, le comentan que llega tarde, que ya la han invitado.

Además de su domicilio, hasta 2015 tuvo también su medio de vida en la plaza del Fontán, cuya construcción fue ordenada hace 225 años al arquitecto municipal Francisco Pruneda. Sus padres tenían una tienda en uno de los bajos en la que los comestibles fueron dejando espacio a la mercería, la paquetería y los géneros de punto. El establecimiento no tenía nombre pero era sobradamente conocido y la gente de las aldeas, que venía a la capital a vender sus productos y se llevaba de vuelta lo que no podían conseguir en el pueblo. La llamaban "la de los paragüeros". "Por el artesano que se ponía en la puerta", recuerda la comerciante, que le puso su nombre de pila al negocio cuando se hizo cargo de él. El establecimiento familiar vendió bien y dio movimiento a la caja registradora en una época en la que El Fontán ejercía como "centro comercial". "Había mercado todos los días y la competencia no era tan alta como ahora. Además, todo el mundo venía a comprar aquí", dice Laura Pérez, que no dejó el mostrador hasta hace dos años, cuando un cáncer la obligó a bajar la persiana. Aún sigue, sin embargo, defendiendo en la Cámara de Comercio de Oviedo el barrio en el que se crió y sacó adelante a sus dos hijos. Dos generaciones que han visto una zona completamente distinta.

Entre los recuerdos de la infancia de Laura Pérez en un barrio "muy deteriorado", destacan el mal estado de conservación de los edificios, con graves defectos en su estructura. "Cuando era pequeña arrastraba el culo por el pasillo, que tenía pendiente", recuerda antes de señalar que la depresión iba más allá del mal estado de las viviendas. Las ratas, "del tamaño de gatos" paseaban por las calles camino de la Biblioteca Ramón Pérez de Ayala, que servía entonces para recoger los restos de frutas y hortalizas que quedaban sin vender. Hubo también décadas, como las de los ochenta, en las que reinaban la prostitución y la heroína.

"Los drogadictos se pinchaban aquí mismo", recuerda Laura Pérez, que en aquella época siempre andaba pendiente de que sus hijos, que hoy tienen 28 y 36 años y fueron a clase en las Escuelas Blancas, en el Campillín, tuviesen cuidado con las jeringuillas y la basura. La comerciante se lleva la mano al pecho para recordar, aún asustada, el día que uno de sus niños llegó a casa con una lata de refresco en la mano que había recogido en el suelo. El miedo a la hepatitis, que por aquel entonces era un temor cotidiano, hizo saltar la alarma de la madre. Aquel episodio se cerró sin pasar de un susto pero hubo otros con distinto desenlace. "El padre de una compañera de mi hijo, que era agente de Policía, se murió tras clavarse de forma accidental una jeringuilla", lamenta antes de apuntar que "ahora se vive muy bien pero hubo una época muy complicada".

En las fotos y recortes que Laura Pérez guarda con cariño se reflejan los días de mercado, las aglomeraciones que se formaban en la plaza y el estado de las columnas que sujetan las casas antes de que se emprendiese la reconstrucción que en 1999 dio un lavado de cara a la zona y sumió a los propietarios, que arrastraron arreglos pendientes hasta los últimos años de la década pasada, en reclamaciones y litigios que perseguían la correcta ejecución de las obras. La comerciante vivió el proceso de rehabilitación como parte implicada y en su cabeza guarda también detalles de reformas de otros siglos y que llegaron a ella a través de los libros y las historias que le fueron contando en el barrio. Como la charca que servía de estercolero al que iban a parar las heces y los restos de animales de un matadero cercano y que ocupaba la actual plaza de Daioz y Velarde. La laguna terminó por desecarse en el siglo XVI, más de 250 años antes de que se ordenase la plaza del Fontán, donde Laura Pérez ha vivido y trabajado durante los últimos 64 años.

Su archivo, sus amplios conocimientos y su larga memoria, sin embargo, trascienden su existencia personal para convertirse en la crónica de una zona en la que siempre ha mandado el comercio y del que salieron la suciedad y las drogas para dejar atrás una época gris a la que siguió el actual estatus de esplendor que tiene la plaza como punto de referencia del Antiguo.

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