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El hostelero que recuperó el cachopo para Oviedo se jubila

Pedro Suárez deja la profesión tras cincuenta años en los que pasó de Los Caracoles en la calle Mon al Hilton de Bruselas

Pedro Suárez, delante de su mesón

Ayer dejó la partida de mus de todas las tardes; se le veía apesadumbrado pero tranquilo antes de empezar a contar su historia. Pedro Suárez Conde, artífice de la recuperación del cachopo en Oviedo cuando corría el año 1992 en el mesón Casa Pedro, se jubila tras nada más y nada menos que medio siglo de trabajo. Para tranquilidad de los amantes del plato patrio por excelencia, incluso ahora por encima de la fabada, el establecimiento seguirá abierto y en buenas manos.

Pedro Suárez empezó a trabajar a los 14 años en el bar Los Caracoles, en la calle Mon, que regentaba el popular Goyo. Buena escuela, igual que después fue, pero a otro nivel, la cocina del hotel Hilton de Bruselas, donde ejerció de pinche. Durante trece años vivió y trabajó en la capital belga, donde sus padres regentaban el bar del Centro Asturiano. "Viví la época dura de la emigración asturiana", recordaba ayer nostálgico.

Un aprendizaje que le curtió para la vida y para la hostelería. "Aprendí que sin vocación, trabajo y constancia no te puedes dedicar a esto. La hostelería es demasiado dura, pero también te da muchas satisfacciones si la vives con pasión, como hice yo, y tienes claro que este oficio es un continuo aprender y aprender".

Ahora dice que le entra algo de nostalgia, pero tampoco le extraña, porque en Casa Pedro pasó muy buenos momentos profesionales y personales, acompañado de su esposa, Azucena Álvarez, que en todos estos años en la cocina hizo maravillas.

"Ahora, como anda un poco pachucha, me dedicaré a cuidar de ella, también de mis nietos y, aunque parezca mentira, a conocer Oviedo y Asturias, porque catorce o dieciséis horas diarias de trabajo no te dejan tiempo para ver y disfrutar muchas cosas que tienes a tu alrededor. Así es la hostelería", sentenció.

El origen de Casa Pedro se remonta a la época en que regentaba junto a sus hermanos un restaurante en el alto del Caleyo. "Llegó un momento en que el trabajo nos absorbía totalmente, y un buen día paseando por la calle Asturias con mi mujer vimos que se traspasaba un local. No lo pensamos dos veces, y acertamos". El principio fue duro, algo que ya sabía el experimentado hostelero, pero pronto sintonizó con la clientela, la fidelizó con su buen trato y amplia carta de tapas, más de sesenta. "Ahora me marcho teniendo a clientes del primer día, una satisfacción que sólo valora un hostelero".

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