Beniamino Gigli no tuvo rival entre los tenores italianos que llenaban los teatros de medio mundo entre 1920 y 1930. Un póquer de papeles basado en el Nemorino de «L'elisir d'amore», el duque de Mantua en «Rigoletto», el caballero Des Grieux de «Manon Lescaut» y el pintor Mario Cavaradossi en «Tosca» le situó en la cúspide de la lírica. Ahora, y casi un siglo más tarde, un jurado de expertos y críticos musicales de España e Italia reunidos en Asturias, durante un curso musical de verano en La Granda, le han elegido como el número uno, «il Capo» en una clasificación con los mejores tenores del siglo XX. Reyes electos en el imperio de la ópera.

La idea de la lista nació como contrapunto a otra similar elaborada por la BBC. Pero Gigli no está solo. Ocho puntos por debajo aparece la figura del insigne Alfredo Kraus. De madre española y padre austriaco, se le considera el mejor tenor lírico ligero de la segunda mitad del siglo pasado. Y es el único de la cabeza de este ranking que pisó las tablas del teatro Campoamor, casa asturiana de la ópera. En él dio vida a su personaje más conocido y alabado, Werther, en la ópera del mismo nombre compuesta por Massenet a finales del XIX. De estilo elegante, sofisticado. Un auténtico señor del bel canto que marcó el camino a seguir para las voces que hoy devuelven la vida a los personajes que él interpretó como pocos han sabido hacerlo desde que su voz se apagó en 1999.

Enrico Caruso ocupa el tercer lugar de la lista y suya es la medalla de bronce de este concurso lírico. Fallecido en 1921, entre otros méritos ha pasado a la historia por ser el primer vocalista que realizó grabaciones sonoras de canciones. Y fue primer tenor del Metropolitan de Nueva York durante diecisiete años. Su nota, 460 puntos, sólo dos menos que Kraus, algo que demuestra lo reñido de una votación basada en cuatro criterios: la calidad interpretativa, la voz -en cuanto a belleza, volumen y extensión-, el repertorio y la duración de la carrera. No hubo categoría referida a su presencia en escena o a sus dotes teatrales a la hora de hacer creíble un personaje, elementos que, en pleno siglo XXI, resultan determinantes en la carrera de un cantante de ópera.

La lista con los mejores tenores del siglo XX, con predominio italiano, la continúan nombres como los de Tito Schipa, Aureliano Pertile y Miguel Fleta, que rematan los seis primeros puestos del ranking. Cantantes menos conocidos para el gran público, que encontrará a Franco Corelli en el puesto número siete, a Jussi Bjorling en el octavo lugar y a Carlo Bergonzi y Nicolai Gedda como cierre del «top ten» de los tenores que cantaron desde 1900 a 1999.

El siguiente español tras Fleta, Plácido Domingo, no aparece hasta el puesto número diecisiete. Quizás el único de la lista que aún permanece en escena, aunque en las postrimerías de su carrera como cantante en activo, y debido a la edad, que ha hecho mella en su registro más agudo, haya coqueteado con papeles de barítono, la tesitura inmediatamente inferior a la de tenor. Justo por encima de él aparece Giuseppe di Stefano, y en el número quince, el recientemente desaparecido Luciano Pavarotti, que llegó a cocinar espagueti en la cocina del hotel de la Reconquista.

Giacomo Lauri-Volpi, Mario del Mónaco, Fritz Wunderlich, Lauritz Melchior, Helge Rosvaenge, Richard Tucker y Richard Tauber completan la veintena de intérpretes seleccionados. La lista de los elegidos. Porque no están todos los que son, pero sí son todos los que están. Y sus imágenes -sólo disponibles en blanco y negro en la inmensa mayoría- evocan una época en la que el cantante de ópera, tenor en este caso, era un artista al que muy poca gente se atrevía a contradecir. Un divo alejado de la normalidad con que los estudiantes y profesionales de hoy viven una profesión marcada por la imagen, el éxito mediático y altos niveles de competitividad y exigencia, todo ello aderezado con grandes dosis de soledad una vez que el telón cae y se apagan los focos.

La crisis de las voces dramáticas parece afectar de forma especial a la más aguda de las voces masculinas -con permiso del contratenor- en un inicio de siglo marcado por la ausencia de tenores para ciertos papeles. Roles que fueron clave en la carrera de quienes componen esta lista. Aquellos que compusieron, con su voz, parte de la historia de la lírica.