Oviedo, Elvira BOBO

«Un absoluto flechazo» es lo que sintieron Juan Carlos García y María Rosa Fernández, un matrimonio de Bimenes, cuando en el año 2002 conocieron a dos hermanas que hoy son sus hijas y que en aquel momento tenían 5 y 7 años. La pequeña padece una ligera discapacidad intelectual, y la mayor, es celíaca. Ambas habían vivido desde muy pequeñas en centros de acogida del Principado. «Cuando las vimos estaban de veraneo en Colunga y no nos las daban hasta octubre, pero ellas se empeñaron en venir con nosotros, se aceleraron los trámites y en diez días estaban en casa», recuerda Juan Carlos, que hoy es su padre adoptivo.

Esta familia fue de las primeras en participar en el programa de acogida y adopción que la Consejería de Bienestar y Asuntos Sociales promueve en Asturias desde el año 2000 con el objetivo de encontrar familias estables para menores con ciertas características peculiares que, en principio, pueden hacer más difíciles los cauces normales de adopción. Unos 125 menores en esta situación esperan en los centros de acogida asturianos una oportunidad que puede venir de la mano del programa de acogimientos y adopciones especiales «Se buscan abrazos», promovido por la Consejería y por la Fundación para la Infancia «Meniños», en colaboración con Cajastur. Las situaciones son variadas: se trata de niños mayores de 8 años, otros con alguna discapacidad o grupos de hermanos que no conviene que se separen.

Asimismo, el programa está destinado a niños de etnias minoritarias, como el caso de Rocío -podría ser su nombre real, pero sus padres quieren preservar su intimidad-, una pequeña de etnia gitana que «deseaba fervientemente encontrar una familia» y la encontró, tras pasar 9 años en otro centro de acogida, en la familia de Félix Murillo y Matilde Gutiérrez, en Avilés. Sus padres biológicos habían perdido la patria potestad y la niña acarreaba a sus espaldas un pasado difícil. «En realidad decidió ella, sólo se dan en adopción los niños que realmente lo desean», comentan sus padres, que recuerdan cómo el procedimiento de selección fue sencillo: «No nos sentimos examinados -afirma Matilde-, sólo había que ser muy sincero y decir cuáles son tus defectos, luego se da por hecho que somos gente corriente y de buen corazón». Un año después de la decisión, Rocío estaba en casa. De eso hace ya tres años y la niña se integró en su nueva familia en menos de una semana. «Al principio era muy ordenada y quería agradar en todo, pero al verse protegida empezó a comportarse como una niña normal y avanzó espectacularmente en los estudios», recuerda su madre, para quien la adopción -que aún no ha terminado de formalizarse- es «la mejor manera de ser padres; la más humana». Además, Matilde confiesa que Rocío le ha cambiado la vida: «Es muy buena persona, alegre, con buenos sentimientos». Félix, su padre, reconoce que «la niña nos ha enriquecido como personas». Pero no se trata de «salvar niños», matiza Matilde, «hay que estar motivado y saber que son niños que aún tienen fantasmas y tienen que desahogarse».

Todos estos padres coinciden en que los trámites de acogida fueron relativamente sencillos, aunque la adopción posterior, en los casos en los que es posible, siempre es más lenta. Rocío aún conserva, a efectos legales, el nombre de su familia biológica, aunque «en las libretas del colegio pone nuestros apellidos», comenta orgulloso Félix. Además, la Fundación «Meniños» y la Consejería les dieron la ayuda necesaria y ahora es más lo que reciben de sus hijos que lo que les dan.

«Son una satisfacción que no tiene precio», asegura Juan Carlos García -el padre de las dos hermanas- y los problemas que puedan tener «se resuelven siempre con paciencia, cariño y comprensión». En la mayoría de los casos, las acogidas y posteriores adopciones se realizan con niños mayores de 8 años que han vivido largas temporadas en centros de protección y que acarrean situaciones familiares problemáticas. «Sacarlos de esos centros es fundamental porque allí, de alguna manera, viven alejados de la sociedad», comenta Juan Carlos García. «Cuando llegaron las niñas no sabían lo que era la muerte o el dinero», recuerda, «nos costó explicarles la muerte de un canario o que hay que trabajar para conseguir un salario». Y es que, «si no salen de los centros, a los 18 años no tienen herramientas para enfrentarse a la calle y son carne de muchos tipos de riesgos», explica.

Él y su mujer fueron generosos: a los 51 años, jubilados y él con 5 hijos de un anterior matrimonio, se embarcaron en la aventura que les ha cambiado la vida. Al principio llegaron delicadas de salud, explican, con problemas respiratorios, asma, carencias afectivas y de adaptación a la sociedad, además de cierta desconfianza: «Tenían fantasmas, echaban de menos a los cuidadores porque llevaban en centros desde los 2 años y desde los 10 meses». Y lloraban, «quizá porque tenían duda de que las quisiéramos para siempre, pero en cuanto sintieron el cariño y la seguridad de que era para siempre se mostraron encantadas», cuentan. Ahora estudian 1.º de ESO y 5.º de Primaria en las dominicas de La Felguera.

La gente quiere niños rubios con ojos azules, o incluso se van a China a buscarlos, cuando aquí hay muchísimos necesitando una familia, reflexionan ambos.