X. X. Sánchez Vicente invitaba desde las páginas de este periódico, hace unas fechas, a leer a Teodoro Cuesta, y ofrece razones suficientes para ello. La principal (aunque ésta no la aporta Sánchez Vicente) es que el bable de Teodoro Cuesta es sencillo, sin petulancias ni pedanterías que caracterizan y lastran a buena parte de la inflacionaria poesía bable actual, de pretensiones cosmopolitas y políticas evidentes.

El bable de Teodoro Cuesta es afable, sin ánimo diferenciador: nunca busca palabras por el solo hecho de su distancia con la equivalente castellana, y si le vale la voz castellana, no tiene reparo en quedarse con ella. En realidad, el bable es un castellano antiguo, con rasgos locales. Sánchez Vicente no estará de acuerdo, pero qué le vamos a hacer. Según Alarcos, los versos bables de la polémica con Diego Terrero «ofrecen una de las muestras literarias en habla asturiana más frescas, auténticas y espontáneas. No quiero decir con esto que la "fala" utilizada por Teodoro Cuesta sea una pura traslación gráfica de lo que hablaban sus coetáneos. Cualquier conocedor del asunto observará elementos claramente cultos y adaptaciones del castellano». De lo que se trata, en fin, es de que Teodoro Cuesta es un buen poeta en tono menor, sin duda por imposición de la modalidad lingüística en la que escribía.

Gracias a la facilidad de su lengua y a su falta de ambiciones extraliterarias, Teodoro Cuesta es el poeta más conocido del bable y el mejor entendido. Los otros dos poetas del bable son, por el Occidente, el P. Galo Fernández, «Fermín Coronas», más difícil y también de mayor hondura poética, y por la oriental, Pepín de Pría, aunque influido por el bable central costero. Teodoro Cuesta, el poeta de Mieres, es el poeta del bable central, y por extensión, el poeta por excelencia de esa «fala». Seguramente porque su lengua suena de manera más familiar que la de Pepín de Pría y el P. Galo, Teodoro Cuesta siempre fue más popular que ambos, aunque en determinados aspectos, en fantasía y lirismo, le superan. Teodoro Cuesta fundamentalmente es un poeta festivo, aunque también con otros registros, como señala Sánchez Vicente, pero el P. Galo alcanza momentos de auténtico estremecimiento lírico, impensables en Teodoro, y Pepín de Pría crea mundos fantásticos poblados de maravillas, de xanas delicadas y de alcázares de perlas levantados bajo las aguas. Cuesta no llega al lirismo de uno y a la fantasía del otro; en compensación, ni el P. Galo ni Pepín de Pría igualan a Teodoro como poetas populares, ni como poetas civiles. Otros poemas escribió Teodoro de mayor ambición; pero si no fue nunca olvidado del todo se debe a sus poesías festivas.

Teodoro Cuesta no dejó de ser poeta, aún escribiendo versos de circunstancias. Lamento tener que recordar que la poesía festiva y la de circunstancias fueron las que mayor éxito tuvieron en bable hasta su actual desbordamiento pedantesco y político, las que tuvieron seguidores, por lectura o recitación, más entusiastas, y las que mejor resultaron, tanto en el plano humorístico como en el métrico. Porque si la sencillez y musicalidad del bable tiende al lirismo, también facilita el humorismo, y no obstante, a pesar del tono festivo, Teodoro Cuesta planteaba en ocasiones cuestiones graves, en las que, al cabo, el desenfado de la exposición no disimula la gravedad de lo dicho, por ejemplo:

En nacer y morrer semos iguales, / según diz Xuan el Foscu, los mortales, / y que pobres y ricos nos morremos / por la sola razón de que nacemos.

La cuestión ahí queda. Podía haberla planteado un severo predicador durante un sermón ceniciento de Semana Santa o don Ramón de Campoamor en un «poema filosófico». Pero la expone Teodoro invocando la autoridad de Xuan el Foscu, y eso parece, junto con la lengua en que está escrita, que le quita intensidad y dramatismo al hecho incontestable de que porque nacemos, morimos: aunque escriba «morrer», morir es cosa muy seria. Ciertas cosas no pueden ser dichas en bable sino es aligerándolas de sentido, pero entre decir «morrer» por «morir» y que lo diga Xuan el Foscu, en realidad viene a decir lo mismo que Martín Heidegger cuando afirma que el hombre es un ser para la muerte.

Teodoro, que también sufrió lo suyo, sabía todo esto muy bien. Mas prefería escribir sin drama, más por consideración a sus lectores que porque él no lo conociera por experiencia propia, y muchos de sus versos -más de los que esperan encontrar quienes sólo le reconocen como poeta festivo, y aún ahí- encierran drama a flor de verso. «Porque nacemos, morimos», dicho por Xuan el Foscu, es poca cosa; pero por quien lo dice, no por lo que dice. Porque, como diría don Sem Tob, proverbios son proverbios, dígalos o no judío.

En otros casos, la ternura destacada por el diminutivo otorga un tono próximo e íntimo a un poema tan de circunstancias como «Princesina, si ena fuente...», que le susurra a S. A. R. la serenísima señora doña María Isabel, princesa de Asturias. Pues era Teodoro poeta monárquico y de la Casa Real, y cuando la circunstancia lo exigía, levantaba la voz con versos de arte mayor para cantar, de manera vigorosa, a Alfonso XII; pero todos los versos que preceden al potente grito que cierra el poema («Viva Alfonso, rey d'España»), son una deliciosa evocación de la naturaleza astur.

Hiciera poesía festiva o versos de circunstancias, en Teodoro afloraba, por encima de los compromisos, el poeta. Y también el patriota que exclamaba «¡Asturias de mi amor! ¡Xoya brillante!», al tiempo que protestaba enérgicamente por la pérdida de las islas Carolinas, ocupadas por Alemania. Asturias es la patria chica, pero España es la patria grande, sobre cuyo dominio no se ponía el sol: mas Teodoro asiste a un sombrío crepúsculo.

Asturiano, pero ante todo español, defendió las colonias españolas al igual que Pepín Quevedo cantó una victoria de las armas españolas en Filipinas. La lengua no suponía para estos poetas ningún conflicto de tipo personal y mucho menos político. Eran conscientes de que cultivaban una curiosidad local que en ningún caso les impedía sentirse miembros de la patria grande.