Se cumplió aquello que el chelista Dmitri Atapine, días antes del concierto extraordinario de la Sinfónica del Principado, se proponía: lograr la conexión con el público a través de la música. Efectivamente, el público que el lunes asistió al concierto del «Día Europeo de la Música» regaló a los tres solistas, nueva savia musical, una ovación prolongada que sellaba el impulso que desde la Sinfónica asturiana se ha querido dar a las nuevas generaciones nacidas en la propia OSPA. Junto a Atapine, la violinista Tatevik Khachatryan y el pianista Juan Andrés Barahona pueden sumar un nuevo éxito a sus carreras, emergentes aunque en diferente momento, con una interpretación verdaderamente decente del «Triple concierto» de Beethoven, obra por otro lado poco habitual en los escenarios ovetenses. Al mismo tiempo, el concierto del lunes tuvo otro aliciente más, al recibir por primera vez sobre las tablas del auditorio Príncipe Felipe a Oliver Díaz, director de la Orquesta Sinfónica «Ciudad de Gijón», aunque tampoco es que fuera ni mucho menos su primera vez al frente de la OSPA.

Hay que destacar, en la primera parte del concierto, el trabajo no sólo individual, sino en conjunto, muy profesional, de los tres protagonistas del «Triple concierto para violín, violonchelo y piano, en do mayor, Op. 56», de Beethoven. El trabajo en la reunión de los tres instrumentos solistas es fundamental en una obra en la que éstos bien se reparten el material temático o lo comparten. A su lado, estuvo una OSPA cuidadosa en el acompañamiento, así como en los diálogos con los intérpretes, y brillante en los «tutti».

En el «Allegro», la fuerza rítmica del recorrido temático hace vibrar de inmediato. En este primer movimiento, los solistas ya dieron buena muestra de sus posibilidades como intérpretes. En el caso de Barahona, se distinguieron con claridad los recursos de la técnica, bien escogidos por parte del pianista, en aras de la perfección del sonido en una obra determinada. Khachatryan, por su parte, resolvió con elegancia las dificultades, que no son pocas para el mecanismo del violín, de una obra en la que logró buena armonía con el violonchelo de Atapine, que sostuvo momentos fundamentales del concierto. Como ejemplo, el «Largo», en el que Atapine mostró todo el lirismo de su chelo, en una interpretación de un fraseo «legato» exquisito por parte del trío solista, mientras la orquesta remarcó su presencia a través de las tensiones y distensiones de la partitura. El enlace con el «Rondó» fue sobresaliente por parte del chelo solista y de la orquesta, logrando toda la energía precisa en el último movimiento. Como propina, los solistas ofrecieron el segundo movimiento del «Trío nº 1, en re menor, Op. 63» de Schumann.

La segunda parte del programa estuvo en manos ya de la Sinfónica del Principado, que llevó a cabo un verdadero ejercicio orquestal, bajo la dirección de Díaz, en su interpretación de la famosa «Sinfonía del Nuevo Mundo» de Dvorak. La última versión de la obra por parte de la OSPA, a cargo de Díaz, se detuvo principalmente en el contenido melódico y los recursos de instrumentación que Dvorak puso en práctica en su obra «americana», que además guarda influencias de la escuela alemana de Beethoven y de Wagner en su composición. Una versión, pues, para sacarle todo el jugo a una sinfonía en la que todas las familias estuvieron muy ajustadas, para lograr un todo urdido a conciencia y con intenciones expresivas, a través del «tempi» y de las diferentes texturas orquestales. Una gran despedida, pues, por parte de la Sinfónica asturiana, que ahora ya sí emplaza a su público ovetense para la próxima temporada.