Los Festivales de Salzburgo son uno de los epicentros esenciales de la música internacional. El de Pentecostés es uno de los más esperados del año y, en esta edición, el rescate de una obra del compositor italiano Saverio Mercadante, «I due Figaro», se convirtió en la estrella del ciclo. El reestreno mundial, que tuvo lugar anteayer, viernes, en el Haus für Mozart, tuvo marcado acento asturiano. Por una parte, por la edición crítica de la partitura, realizada por el musicólogo de Oviedo y profesor de la Universidad Complutense de Madrid Víctor Sánchez -en colaboración con Paolo Cascio-, y, por otra, por la puesta en escena del también ovetense Emilio Sagi, que cosechó un enorme triunfo de la mano de quien es uno de los nombres imprescindibles de la dirección orquestal y flamante premio «Príncipe de Asturias» de las Artes, Riccardo Muti.

El éxito apoteósico llevó al público a aplaudir a los artistas durante un cuarto de hora, cosechando Muti y Sagi las mayores ovaciones al salir a saludar. Además, el maestro italiano, en un gesto nada frecuente, se encargó de sacar personalmente a Sagi al escenario para recibir las ovaciones del público. Se sellaba, de este modo, ante los espectadores, el entusiasmo que mostró ante el trabajo de Sagi, que ya había manifestado públicamente en días anteriores.

Entre el público, rendido ante el resultado obtenido por ambos, se encontraban la mezzosoprano Cecilia Bartoli, que el próximo año tomará el testigo de Muti en el festival; la presidenta del mismo, Helga Rabl-Stadler; su director, Markus Hinterhauser, y el responsable del de verano, Jurgen Flimm. La expectación internacional ante el estreno era tal que incluso el diario norteamericano «The New York Times» dedicó dos páginas al acontecimiento, incluyendo entrevistas a Muti y a Sagi.

El triunfo de la obra fue claro, porque «I due Figaro» es una partitura de enorme interés, una comedia de enredos y rasgo mozartiano en la que Mercadante deja ver una sensacional sucesión de arias, dúos y números de conjunto a la altura de otras obras hoy mucho más conocidas de las primeras décadas del siglo XIX.

Con los mimbres magníficos de la partitura y de un libreto divertido y muy jugoso dramáticamente, Emilio Sagi saca una mina de oro. Despliega, con madurez y pulcritud escénica, sus mejores recursos dramáticos, en un alarde de talento al alcance de muy pocos directores de escena de nuestro tiempo.

Sagi se ha instalado en la élite mundial con una carrera trabajada sin prisas, muy seria y en la que cada paso adelante ha venido en el momento justo. Ahora llega a Salzburgo y dicta una lección de teatro, sabiduría y frescura escénica que contagió al propio Muti y a un reparto que se movió a sus órdenes con entrega absoluta. Estéticamente la producción tendió puentes con su muy celebrada versión de «Las bodas de Figaro», de Mozart. Aquí el epicentro es el patio, un hermoso patio sureño en el que reina una enorme buganvilla, esencia de la mediterraneidad como sentido y disfrute hedonista de la vida.

La acción transcurre de forma ágil. Los números cómicos, el enredo, se van desarrollando con una perfección que en ningún momento deja de lado la espontaneidad. Todo funciona con carnosidad dramática asombrosa. El discurrir de la trama atrapa al espectador, lo embauca en el juego de los personajes y lo deslumbra por la capacidad del director ovetense de mostrar su desarrollo con limpieza formal inmaculada. Todo su equipo suma en aciertos.

La escenografía de Daniel Bianco es sensacional. Junto con Sagi plantea una lectura tradicional, en el mejor sentido de la palabra. Una tradición revisitada desde la modernidad del detalle escenográfico en un juego de matrioskas en el que tres espacios metafísicos encuadran la acción a través de una gama cromática que va cambiando según la obra avanza. El lenguaje dramatúrgico se ve reforzado por la iluminación categórica e impecable de Eduardo Bravo o un vestuario clásico reinterpretado por Jesús Ruiz que embelesa en su riqueza de texturas y capacidad inventiva, así como por una sutil aportación coreográfica de Nuria Castejón.

La energía de la escena encontró más que complicidad desde el foso. Es impresionante observar cómo el maestro Muti se vuelca en obtener el máximo de una obra que defiende con convencimiento mayúsculo. Saca oro de su Joven Orquesta «Luigi Cherubini» y del Philharmonia Chor de Viena. Deslumbran su versión fogosa y entusiasta, su exquisito cuidado expresivo, el control de la dinámica, la perfección absoluta en la consecución de un producto musical impecable entre músicos y cantantes.

Muti, con su gesto preciso, tiene la capacidad de llevar a todos por el camino de la excelencia, y la del viernes fue otra noche en la que consiguió musicalmente todo lo que se propuso. El reparto, también integrado por jóvenes talentos menores de treinta años, sorprendió al público por la calidad de las voces. Nombres como Antonio Poli, Asude Karayavuz, Mario Cassi, Eleonora Buratto o Annalisa Stroppa se convertirán en asiduos de los circuitos internacionales en los próximos años. Tienen calidad vocal, garra interpretativa y ansia de triunfo. La ecuación perfecta para hacer carrera.

Al final del espectáculo, ante las interminables ovaciones, Muti hizo subir al escenario, desde el foso, a los músicos para recibir una ovación conjunta todos los intérpretes. La siguiente entrega de «I due Figaro» será en las próximas semanas, en el Festival de Ravenna, y ya después, la próxima primavera, en el teatro Real de Madrid.