Beethoven, Mozart y Haydn. ¿Quién osa cuestionar a estos tres monstruos -en el sentido de prodigios sobrenaturales- de la creación musical? Si para Kant el genio es el talento que da reglas al arte, esta santísima trinidad musical sigue siendo paradigma hoy día. Trinidad es también perfección musical, se considera el compás ternario «perfecto» y se ha tenido en cuenta en Occidente esta simbología religiosa en música. Aunque el mismo Papa no ha querido ninguna trinidad «clásica» -seguramente tiene más que oídos a Beethoven, Mozart y Haydn, es alemán, melómano, culto- y ha preferido música española en el señalado concierto que la OSPA ofrecerá el próximo día 26 en Roma. Eso es criterio. Menos mal que no se incluye ninguna «zarabanda», danza española que llegó a prohibirse por lasciva bajo pena de destierro. Benjamin Bayl, como último director invitado de la OSPA -ya tendríamos que tener un titular a estas alturas o acabaremos como «orquesta invitada», el próximo concierto, aparte del extraordinario de Navidad, es el 11 de febrero?-, ha sido más papista que el Papa, y así no se puede equivocar. En la primera parte escuchamos la genial impronta compositiva de Beethoven en la obertura de «Las criaturas de Prometeo» y, sea de Mozart en su totalidad o no, la «Sinfonía concertante en Mi bemol mayor para oboe, clarinete, fagot y trompa» -¿será mejor escribir Mi como tonalidad con mayúscula o se corre el peligro de convertirlo en adjetivo posesivo y adjudicarnos un bemol que no nos pertenece? y, también, Ludwig van Beethoven, en vez de Ludwig Van Beethoven, ya que «van» no es apellido-. Música bella en extremo que los miembros de la OSPA Juan Ferriol, oboe; Andreas Weisgerber, clarinete; Vicente Mascarell, fagot, y José Luis Morató, trompa, bordaron, en una interpretación sentida por cada uno de los solistas, en la que no hubo un compás sin matices, frase sin cuidada sensibilidad, ni dinámica que no fuera trabajada al detalle por el cuarteto. Jugaban en casa y cosecharon numerosos, merecidos y calurosos aplausos.

Haydn es mucho Haydn, y la sinfonía «Londres», última de las 104 del compositor, resultó una segunda parte de altura, en la calidad de la música y en la interpretación de ésta. Con la orquesta, no en obertura de ballet ni pendiente de un delicado acompañamiento, sino centrada ya por completo en una música sobresaliente, que extrae lo mejor de un conjunto sinfónico que se precie, y la OSPA dio una talla extraordinaria. El tercer y el cuarto movimientos fueron especialmente vistosos en una interpretación de conjunto férreamente compacta. Sin tener Benjamin Bayl una gestualidad muy pulida, sí desarrolló ideas interesantes -mejor en la segunda parte-, claramente resueltas, acertadamente articuladas y precisamente acentuadas en una orquesta, en disposición vienesa, que parecía encontrarse en su salsa. Un esquema clásico de concierto -que creemos no debería perpetuarse en una programación que termine siendo conservadora en exceso- que funcionó.