Si algo tengo claro es que mi trabajo consiste en buscar la noticia, hablar con las fuentes, contrastar datos e informar a los lectores. Y, desde luego, sin amenazar a nadie para conseguirlo. El pasado 7 de marzo sufrí una de las situaciones más desagradables con las que me he enfrentado en mi tarea profesional. Asistí como periodista a un acto público organizado por Foro Asturias en el que los ponentes hablarían sobre el Centro Niemeyer. Recalco que se trataba de un acto abierto porque así constaba en los carteles que lo anunciaban. Participaron el consejero de Hacienda y Sector Público, Ramón del Riego, el viceconsejero de Sector Público, Luis de la Vallina, el director de la Agencia de Museos y Acción Cultural de Asturias, Francisco Crabiffosse, el presidente de la Autoridad Portuaria de Avilés, Raimundo Abando, y el portavoz de Foro Asturias en el Ayuntamiento de Avilés, Pablo Sánchez Lorda.

Durante sus intervenciones se refirieron a supuestas irregularidades en las cuentas que gestionaba la Fundación del Niemeyer, opacidad, críticas a la programación. De todo ello informé al día siguiente: basta con consultar el periódico. Y lo hice, creo, con profesionalidad, pese a que algunos de los ponentes criticaron a este diario acusándolo de ningunear las opiniones de Foro sobre el centro cultural avilesino. La hemeroteca echa por tierra esa acusación. De hecho, Foro Asturias proyectó en el acto un vídeo basado en buena parte en informaciones publicadas por LA NUEVA ESPAÑA.

Hubo un turno de preguntas que aprovecharon los asistentes. Los periodistas solemos hablar con quienes intervienen en un acto público al principio o al final, para no interferir en su desarrollo. Allí no pude hacerlo al principio porque las autoridades regionales llegaron tarde. Por tanto, al acabar me acerqué al consejero Del Riego para preguntarle por una factura del Niemeyer que relaciona a Natalio Grueso, ex director del centro, con un antiguo socio, asunto del que informó la cabecera para la que trabajo.

Me presenté como periodista de este diario y le pregunté si podía atenderme. «No», me respondió. «Es por unas facturas de la gestión del Niemeyer», le expliqué. «No», insistió. Me despedí dándole las gracias pese a todo. Entonces él se giró y me espetó: «Espero que no publiques nada de que me he negado a hacer declaraciones o exigiré una rectificación al periódico». Del Riego aseguró que asistía a un acto cerrado para militantes y simpatizantes de Foro Asturias, algo incierto, ya que los carteles anunciaban un «foro abierto». Se lo indiqué y él lo negó, asegurando que conocía muy bien la ley que impide a los partidos organizar actos públicos en precampaña electoral. Me despedí y nada más.

Ni amenacé al Consejero ni tuve una mala contestación, pero regresé al periódico con una sensación desagradable por su reacción airada. Y no debió de ser una percepción subjetiva, porque en la redacción recibimos varias llamadas de responsables de Foro para ofrecer disculpas por el trato que me había dispensado el señor Del Riego.

Los periodistas no solemos ser noticia, salvo que un colectivo nos acuse de silenciar sus opiniones cuando son sus propios dirigentes quienes rechazan dárnoslas y, encima, nos amenazan para que no trascienda su negativa. Mi trabajo es preguntar y contar. El político tiene derecho a responder o a guardar silencio, pero yo debo trasladar al lector todo aquello que pueda resultarle de interés. Así de simple.

Mi sorpresa llega cuando el señor Del Riego remite al periódico un escrito en el que afirma que yo lo amenacé. Les aseguro que no hay mayor sensación de impotencia que comprobar cómo alguien abusa del mal llamado derecho de rectificación -debería denominarse de réplica para evitar confusiones semánticas- para afirmar algo falso e intentar hacerse pasar por la víctima cuando en realidad lo fui yo. Mi conciencia estaba muy tranquila y lo sigue estando. Quienes me conocen saben que jamás he amenazado a nadie para obtener una información. Creo que pueden atestiguarlo muchos compañeros y muchas fuentes con las que he tratado. Se llega más lejos con una buena palabra que con un mal gesto. Y así seguiré ejerciendo mi trabajo.