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Grande entre los grandes

La estética y la ética de quien fue capaz de acercar la creación al público de forma cercana y limpia

Grande entre los grandes

La muerte de Claudio Abbado deja a la música internacional y al mundo de la cultura sin una de las personalidades más deslumbrantes de las últimas décadas. Abbado ha sido una referencia absoluta en la segunda mitad del siglo XX por el empuje de numerosos proyectos creativos y su magnífica dirección artística en centros del máximo nivel como la Scala de Milán, la Orquesta Filarmónica de Berlín o la Ópera de Viena, entre otros, donde marcó su impronta en la que destacaba una estética y una ética de la música desde una perspectiva de acercar la creación al público de forma cercana y limpia, y siempre en umbrales de la mayor excelencia. Abbado fue un director total. En todos los géneros tuvo cumbres: brilló en el repertorio tradicional, en la ópera y en su compromiso con la creación contemporánea auspiciando numerosos estrenos. Sus versiones del clasicismo, del romanticismo, o de autores como Mahler, eran luminosas y carentes de artificio, estaban dotadas de una profundidad arrebatadora.

Una característica define su trayectoria, especialmente en los últimos años: se volcó con la juventud, con los nuevos intérpretes. Especialmente en el apoyo a actividades sociales, como el Sistema de Orquestas de Venezuela del que fue uno de sus más encendidos defensores. Un director como Gustavo Dudamel debe mucho a un maestro que apoyó con fuerza sus primeros pasos en la escena internacional. Este padrinazgo fue esencial porque abrió la puerta a otros maestros que vivían un tanto al margen de la transmisión del legado musical a la generación del relevo.

Luchaba desde comienzos de siglo contra un cáncer de estómago que lo acabó venciendo. Lo hizo a su modo, con valentía y trabajando en aquellas iniciativas que mejor cuadraban con una personalidad solidaria, luchadora y que supo abrir la música a otro tipo de público, trabajando por llevarla a fábricas y otros recintos inhabituales, demostrando la universalidad de uno de los grandes patrimonios de la humanidad, a veces demasiado encerrado en su jaula dorada. También fue valiente en su lucha contra los recortes de ayuda públicas en los últimos años y, de hecho, donó su sueldo como senador vitalicio para becas a los jóvenes estudiantes. Lo que se llama predicar con el ejemplo. Cada concierto suyo en los últimos años se convirtió en un acontecimiento con centenares de fans peregrinando para disfrutar con su trabajo.

Hace ya bastantes meses desde Oviedo habíamos cerrado un concierto que se iba a desarrollar el próximo mes de noviembre en el Auditorio Príncipe Felipe. Su muy querida orquesta Mozart de Bolonia (hace unas semanas la formación paralizó toda su actividad, en presagio funesto) iba a establecer una residencia de una semana en nuestra ciudad para iniciar una gira que luego se extendería por varios países europeos. A él le apetecía especialmente este proyecto y todos estábamos trabajando en él con mucho cuidado porque queríamos convertirlo en un gran homenaje a su figura. No pudo ser. Nos quedan discos y grabaciones de todo tipo que nos permiten apreciar su fascinante claridad, la grandeza de un hombre recto, honesto, que llevó a la música una forma de vivir íntegra, al margen de la estupidez que tantas veces reina en nuestro tiempo. Me gusta especialmente una frase suya que resume su vitalidad, tan italiana: "La cultura es como la vida, y la vida es bella".

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