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El hada madrina de la literatura

La baronesa Beatrice Monti, viuda del escritor Gregor von Rezzori, ofrece a autores su casa de la Toscana para fomentar su creatividad "Entiendo su ego, lo respeto, sé cómo tratarlos y formamos una gran familia"

El hada madrina de la literatura

Que una se presente ante su entrevistador como la baronesa Beatrice Monti della Corte impone. Si, además, una es la viuda de uno de los nombres propios de la literatura alemana como Gregor von Rezzori, impone todavía más. Pero conocedora de esta situación, esta delicada octogenaria italiana rompe cualquier protocolo y saluda cariñosamente a los que la esperan en el vestíbulo del hotel de la Reconquista de Oviedo. Es una de las invitadas de honor de John Banville, premio "Príncipe de Asturias" de las Letras 2014. "Estuve casada con un escritor que si estuviera vivo ahora tendría ya 100 años. La vida de un escritor está plagada de eventos de muchos tipos, entre ellos, los festivales. En estas citas hay mucha gente y tienes que escoger con quién te sientas. Una de esas veces, coincidí con Banville. Luego, él decidió sentarse conmigo en varias ocasiones hasta que nos conocimos bien y entablamos una amistad que ya dura muchos años", cuenta.

Pero no sólo de encuentros casuales vive esta relación. El irlandés fue uno de los distinguidos huéspedes de Santa Maddalena. Un sueño que Monti pone a disposición de los artistas asumiendo una especie de papel de hada madrina. "En 1968, mi marido y yo compramos una granja del siglo XV en la Toscana. La reformamos para conseguir el mejor espacio para que Gregor pudiera crear sus obras. Teníamos allí muchos invitados, sobre todo escritores y artistas. A él no le gustaba mucho que le molestasen, así que prefería invitar a gente que también estuviese trabajando. Muchos autores se quedaban meses con nosotros desarrollando sus obras". Cuando su marido falleció, ella decidió continuar con esa idea de hospitalidad. Primero invitó a escritores que conocía, entre ellos Banville. "Es una persona ideal para convivir. Le encanta el arte, tiene un humor oscuro, una conversación interesantísima... por eso nos escogemos para coincidir varias veces al año", cuenta entre risas.

La Fundación Santa Maddalena pone a disposición de escritores de todo el mundo una habitación en este paraíso italiano para fomentar su creatividad. La anfitriona selecciona a sus invitados y sólo les pone una condición: que cenen con ella todas las noches con vestimenta formal. "Es una manera de seguir creciendo con las conversaciones, de seguir aprendiendo", explica. Por esta vivienda exquisita han pasado más de 150 escritores como Edmund White, David Hughes, Michael Cunningham o Bernardo Bertolucci. "No quiero que se vea como un lugar exclusivo para escritores consagrados. Cuando alguien escribe un libro bueno, le invito. Lo que suele pasar con los jóvenes es que cuando hacen un primer libro que cosecha mucho éxito, su segunda obra suele ser un desastre. Por eso me gusta ayudarles en ese momento. Intento que se junten varios jóvenes con profesionales consagrados. También, que haya varios idiomas al mismo tiempo. Puede parecer algo confuso, pero al final se acaban comunicando y aprenden mucho unos de otros. Se despierta la curiosidad por otras culturas. Saben que están allí por lo mismo, para trabajar. Que tienen una oportunidad. No quiero ser una mera anfitriona de escritores consolidados, lo que quiero es abrir las puertas a todos. Creo que al estar casada con uno de ellos, entiendo su ego, lo respeto, sé cómo tratarlos y, entre todos, formamos una gran familia".

Su voz pausada, que pasa sin darse cuenta del italiano al inglés -vive entre la Toscana y Nueva York- y que incluso se atreve con el español, es muestra de una exquisita trayectoria vital. "Cuando tenía 25 años abrí una galería de arte en Milán y estaba especializada en arte estadounidense y viajaba mucho a Nueva York. Además, tuve el honor de representar a dos artistas españoles, a Antoni Tàpies y a Antonio Saura, y venía a España con frecuencia. En esas visitas conocí a grandes artistas como Chillida y aprendí el español. Pero, ahora ya me hago mayor y no me atrevo a hablarlo en público", cuenta esbozando una pícara sonrisa.

Pero esta trayectoria viene de mucho antes de su matrimonio con Rezzori. Hija de un barón italiano que formó parte del Gobierno de Mussolini en Etiopía, y de madre armenia, de abuelas francesa e inglesa; coqueteó desde muy pequeña con lo mejor de la vanguardia mundial. "Por una serie de complicaciones familiares acabé en la isla de Capri. En aquella época, la isla estaba destinada a escritores. Era un sitio bonito, barato y con espíritu liberal. Eso hizo que acabaran allí todos los excéntricos del mundo".

Conoció el esplendor cosmopolita de la isla, presumiendo de amistades como los escritores Elsa Morante y su marido, Alberto Moravia, o el provocador Curzio Malaparte. Pero, a pesar de vivir rodeada de arte desde siempre, nunca se planteó ser ella la artista. "Cuando vives en esto, te conviertes en una juez de la calidad. Yo sé que no estaría a la altura y por eso me conformo con lo que hago". No es de las que cree que el tiempo pasado fue mejor, y confía en las nuevas generaciones. Lo que sí tiene claro es que no existirá un hombre más guapo y con más talento que su marido. Y lleva una foto y un libro de él siempre con ella para demostrárselo a quien lo ponga en duda.

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