Cuando ya habían entrado todos los invitados, todos los premiados y antes de que llegasen los Reyes de España, entonces apareció Mariló Montero, la presentadora de TVE, la reina de las mañanas. Se ganó el protagonismo a pulso, aventurándose, colándose en mitad de una gradación de entrada al Campoamor que, se supone, tenía que ser de menor a mayor.

Cuando unos minutos después llegó la auténtica reina acompañada de Felipe VI y ambos entraron en el Teatro Campoamor se hizo por primera vez el silencio entre el público, que bisbiseaba, empezaba a abanicarse con las invitaciones y, sobre todo, forzaba las cervicales para hacerse selfies. Todo estaban allí y querían que se supiera que allí estaban. En esos momentos, aunque ella lo intentó, nadie se acordaba ya del vertiginoso escote de espalda que había lucido Mariló Montero, la "milf" nacional.

Mientras comenzaba la ceremonia, el escritor Padura, manoseaba la pelota de baseball que convirtió en símbolo de su infancia habanera, con los chicos del barrio de Mantilla, en la periferia habanera. Recogió el premio con guayabera, pero podría haberlo hecho desnudo y nadie se habría dado cuenta pues todos estaban mirando los delirantes calcetines de Coppola, una auténtica apocalipsis tricotada. Las premiadas en la categoría de Investigación Científica y Técnica, Charpentier y Doudna, saludaron al público tras darse la mano y algunos pasos muy coreográficos.

La intervención de Lledó cautivó como lo hacen los profesores que han llegado a sabios. La nota más tierna de la ceremonia la aportaron los premiados con el galardón de la Concordia, los hermanos de San Juan de Dios. Junto a los representantes de la orden y sus asesores médicos, salió a recoger el galardón Marina Aliva Miranda Blanco, de 13 años, beneficiaria del Sanatorio Marítimo de Gijón, que subió al estrado con su madre María Ángeles Blanco Infiesto.