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Hoy es siempre todavía

"Para los números y para contar en imágenes hacen falta trabajo y constancia"

Raquel Lagartos, licenciada en Matemáticas y en Ilustración, aprovechó la crisis para profesionalizarse como dibujante

Raquel Lagartos, en los jardines de "Villa Magdalena", en Oviedo. LUISMA MURIAS

-Cuando estudiaba Matemáticas en la Facultad de Ciencias de Llamaquique sólo pisaba la cafetería para coger el pincho y comerlo entre clase y clase. No tuve la vida universitaria de siempre. Estudiábamos todo el día.

-¿Con ambiente "Big Bang Theory"?

-Hacíamos chistes de matemáticos que sólo nos hacían gracia a nosotros pero nos reíamos mucho. En primero se matriculan pocos y luego, entre los que abandonan y los que repiten, en los últimos cursos había clases de tres o cuatro.

No se puede presuponer con Raquel Lagartos (Oviedo, 1982). Es licenciada en Matemáticas e ilustradora. ¿Una matemática que dibuja?

-No, soy una ilustradora que da clases de Matemáticas (ámbito científico tecnológico) y de plástica y tutora de alumnos de entre 14 y 17 años en el colegio Lastra de Mieres. El día que no dibujo me da pena y me siento muy culpable.

Licenciada en Ilustración por la Escuela de Arte de Oviedo, acaba de ilustrar "La caja", un libro de Noelia Menéndez con las vivencias de las primeras semanas y meses tras el nacimiento de un hijo con síndrome de Down, a partir de las cuales construye el mundo de los cuentos de hadas con el trémolo de la acuarela. Ha hecho tiras gráficas, portadas y una exposición de ilustración en vivo en la sala La i de Gijón. Su blog muestra una obra variada, con muchos registros, profesional en todos.

-¿Hay matemáticos entre los dibujantes y dibujantes entre los matemáticos?

-Suele ser poco compatible.

-¿Desde cuándo dibuja?

-Dibujé siempre salvo los años de la carrera de Matemáticas. En casa había pinceles. Mi madre (Loly, auxiliar de psiquiatría) pinta. Mi padre (Sinesio, profesor de Matemáticas, Física y Química y Plástica en el colegio Loyola) pintó de joven. Pasé muchas horas entreteniéndome sola, dibujando, leyendo y jugando. De pequeña copiaba el "Don Miki" y el "Zipi y Zape" y leía los cuentos de María Pascual y los libros ilustrados de Richard Scarry. En la adolescencia hacía retratos copiando de las fotografías de las revistas. Me interesaban mucho las expresiones faciales.

-¿Y las matemáticas?

-Me gustaban y me aseguraban un futuro de ingresos fijos. Acabé la carrera, trabajé de profesora en las Ursulinas, retomé el gusto por dibujar, fui a clase con Mauro y cada vez pensé más en ser ilustradora. Mis amigos me convencieron de que, si quería dibujar, debía formarme en la Escuela de Arte de Oviedo.

-¿Qué clase de amigos son ésos?

-Los de la pandilla de la adolescencia. Mi pandilla del colegio de La Milagrosa se fue a estudiar el Bachillerato al Auseva y yo pasé al Loyola. Entre los del Auseva estaba Julio, que es mi novio desde los 17 años. Tres de sus amigos están relacionados con el diseño: Jorge, Aco y Leví. A mi hermano Nacho, que es informático y lee cómics, también le gustaba lo que hacía. Todos me vieron posibilidades.

-¿Iba a enfrentarse a la crisis con pincel y agua de colores?

-La crisis me hizo ilustradora. Mi novio y yo habíamos hecho planes para irnos a vivir juntos, pero en septiembre no me renovaron el contrato en el colegio y tuvimos que seguir viviendo en las casas de nuestros padres. Preferí pensar que la crisis me daba la oportunidad de formarme en condiciones y no busqué trabajo.

-Con 29 años volvió a la escuela.

-No era la de más edad. La mayoría eran más jóvenes pero compartía muchas afinidades e intereses con ellos, me integré bien y en seguida me di cuenta de que sabían hacer más cosas que yo. Me llevé un susto bastante grande al principio pero con trabajo y constancia se consigue todo. Con los compañeros se aprende mucho porque la profesión de dibujante es muy solitaria.

-¿Con el mismo trabajo y la misma constancia que en las matemáticas?

-Sí, porque ilustrar y contar lo que quieres con los dibujos es un trabajo de 24 horas al día. No siempre ser buen dibujante y dibujar muy bien están unidos. Dibujos preciosos hay a patadas. Yo quería contar historias.

-¿Qué historias le gusta contar?

-Las costumbristas, las de cosas pequeñas, lo que oía en la sobremesa en casa de mi abuela.

-¿Dónde?

-En Villeza de las Matas, un pueblín de León en el que pasaba todas las vacaciones, los puentes y los fines de semana con bicicleta rosa de cesta rosa y mucha libertad. Mi abuela Eugenia tenía la cadera rota y no se podía mover de la cocina. Después de comer, venían vecinos y familia a verla. Yo estaba en la mesa, dibujando y oía lo que le contaban, cómo tenían que plantar tomates, dar de comer a las gallinas o que a una prima se le había caído el tendal. También me gusta leer tebeos de superhéroes, sobre todo, para imaginar a los supervillanos sin que sean malos todo el tiempo. Pero mi autor favorito es el historietista japonés Jiro Taniguchi, autor de "El gourmet solitario".

-¿Qué enseñan las matemáticas?

-A ver las cosas de manera diferente. Aprendes a enfrentarte a los problemas paso por paso, a descartar lo que no importa e ir resolviendo desde el principio hasta el final con el mínimo esfuerzo, es decir, si puedes hacer algo en tres pasos, no lo hagas en cinco. Si tienes interiorizada esa organización mental, te sirve para organizar las rutinas de trabajo y también para componer una imagen.

-¿Acabó bien en la Escuela de Artes?

-Son dos años y seis meses de proyecto. Hice el proyecto con un cómic de 24 páginas, tuve el mejor expediente académico de ese año y al salir me di cuenta de que todavía no era dibujante.

-¿Ve el final de la crisis para vivir de la ilustración?

-La ilustración está en crisis permanente aunque ahora se la respete un poco más. No somos Francia ni Inglaterra.

-Usted en seguida podrá independizarse. A su generación le ha tocado postergar ese paso.

-Casi todos mis amigos son universitarios y empezaron a independizarse hace cinco años, cuando entré en la Escuela. Tres ya tienen hijos.

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