Svetlana Alexievich, Nobel de Literatura, dio ayer protagonismo en su discurso de aceptación del galardón que recibirá el jueves a las "voces humanas solitarias", a las que ha escuchado durante 40 años para contar a través de la vida cotidiana la Historia con mayúsculas. La periodista y escritora se definió como "un oído humano" que durante cuarenta años ha escuchado miles de pequeñas historias que le han provocado tanto "admiración" como "repulsión".

En un discurso de cuarenta minutos leído en ruso, Alexievich, de 67 años, subió a la tribuna acompañada de "cientos de voces" que están con ella desde su infancia, y así empezó a relatar algunas de las historias que le han contado. Habló sobre las mujeres rusas en la Segunda Guerra Mundial, los descarnados relatos de las víctimas de la explosión nuclear de Chernobil o las vivencias en la guerra de Afganistán, temas centrales de algunos de sus libros, con los que ha creado un nuevo género literario que supera el formato del periodismo. "Es el testigo quien debe hablar", dijo la Nobel, a quien le interesa "la vida cotidiana del alma, ésa que la gran Historia no suele tener en cuenta".

Nacida en la antigua URSS, Alexievich habló del comunismo. "La gente quiso instaurar el reino de los cielos en la Tierra. ¡El paraíso. La ciudad del sol! Y al final sólo quedó un océano de sangre y millones de vidas arruinadas por nada".

Hace veinte años que el "imperio rojo" desapareció, pero el "hombre rojo" sigue existiendo. Criticó que Rusia haya "vuelto a los tiempos de la fuerza". "El tiempo de la esperanza ha sido reemplazado por el del miedo... vivimos en una época de segunda mano", y confesó que tiene tres hogares: "Mi tierra bielorrusa, la patria de mi padre, donde he vivido toda mi vida; Ucrania, la patria de mi madre, donde nací, y la gran cultura rusa, sin la que no me puedo imaginar. Las tres me son muy queridas".