Éxito rotundo del Eifman Ballet de San Petersburgo, con el teatro Campoamor de Oviedo lleno y una ovación final de cuatro minutos con salvas de bravos incesantes. El espectáculo "Rodin" sobre las relaciones del escultor con su amante, musa y competidora Camille Claudel, según la coreografía de Boris Eifman - director artístico del ballet- fue una concesión continua de belleza y crudeza porque la historia así es. El ballet psicoanalítico de Eifman, en toda su grandeza y profundidad. La tercera entrega del Festival de Danza de Oviedo, después del Silicon Valley y del Akran Khan Dance Company, no pudo resultar más afortunada.

Una voz en off, al principio, leyó un texto relativo al Día Internacional de la Mujer que se celebraba ayer, en el que se indicaba el valor plural de la cultura, sus potencialidades como vector de igualdad y la importancia de todos los ámbitos, incluido el universo de los teatros, en las reivindicaciones del papel de las mujeres, de su libertad y respeto en el mundo actual.

"Rodin" habla al corazón y, ciertamente, no cabe espectáculo de danza más adecuado para el Día Internacional de la Mujer ya que relata una historia real, trenzada entre genios de carácter global y en la que una mujer Camille Claudel es víctima de la incomprensión y el machismo de los hombres especialmente de su amado Rodin, hasta el punto de que la llevan al borde de la locura aunque los médicos nunca certificaron ese estado así que permaneció recluida en un psiquiátrico durante treinta años, abandonada por todos, quizá únicamente para someter a un espíritu femenino libre en grado superlativo.

La acción se abre, a modo de prólogo y al tiempo resumen, con la pareja principal en amor y disputa, Rodin y Camille, luchan y gozan según unas líneas sencillas y erizadas. Sergey Volobuev y Maria Abashova, magníficos y desde ese arranque siguieron la misma línea de fuerza, perfección y emoción.

La escena dejaba bailar, sin tropiezos ni pies forzados saltando la historia de momentos oscuros a luminosos como la danza en el taller de escultura aunque nunca se pierde la tensión que recorre la obra en los criterios, muy acertados, de Eifman.

Una y otra vez, Rodin y Camille aparecen modelando y esculpiendo, dando forma a la materia bruta y, sin duda, poniendo a prueba sus espíritus hasta el tormento. Una creatividad como un parto: el dolor es exigencia del fruto.

Rodin tiene una doble vida. Por un lado, la musa, amante y colega. Por el otro, la esposa, encarnada, muy bien, por Lilia Lishchuk. Activo y ágil con la amante; envejecido y pesimista con la esposa con unos pasos propios del realismo más crudo, la insípida sopa casera, la tristeza del hogar apenas iluminado...

La coreografía sigue a alguna de las obra más importantes de Rodin. En una escena realmente maravillosa, trabaja la piedra que no es otra cosa que los cuerpos que van tomando forma hasta logra un magnífico grupo escultórico. Y ahí compite Camille con el maestro. Y disputa con la esposa. Demasiada tensión, la tragedia psicológica se apunta. El frenopático entra en escena. Los delirios mandan, los gestos de la joven se vuelven espasmos.

Una vendimia y un cancán quitan hierro a la tragedia. Pero la muerte del cisne asoma, Camille cincela y destruye. Rodin, solo y desesperado en su egoísmo, destruye y cincela. Así es la genialidad algunas veces.