El director de orquesta Maximino Valdés se dirigió al centro del escenario entre un cálido aplauso de recibimiento del público. Fue uno de esos momentos de familiaridad que se detectaron a lo largo del concierto que la OSPA ofreció ayer en el auditorio de Oviedo; concierto incluido en el programa de actos de la celebración de su 25.º aniversario. Valdés regresaba tras haber dirigido la Sinfónica asturiana durante dieciséis años. Así que, ante tal recibimiento, comenzó un programa que dejó distintas pero buenas sensaciones. Fuera como fuere, el concierto transcurrió bajo la complicidad entre la orquesta y el que fuera su director titular.

Y el programa fue dejando diversos momentos con los que el público disfrutó. No en vano, el reparto era para elegir: Sibelius ("Canción de primavera, op. 16), Hindemith sinfonía "Matías el pintor") y Brahms (sinfonía n.º 2 en re mayor, op. 73). Algún melómano estaba muy feliz con la elección de Hindemith, del que Maximiano Valdés ya había dicho que había sido maltratado en su día por las vanguardias europeas y que ahora se estaba revaluando. Por lo que todo fue como la seda, como certificó Valdés en la despedida del concierto: "Me ha costado recuperar el acento asturiano; lo tengo un poco más caribeño", dijo antes de que los músicos abandonaran el escenario. Y añadió: "Asturias y la OSPA van en lo más profundo de mi corazón. Ha sido un honor contribuir a crear esta joya". El maestro prosiguió con sus alabanzas a la sinfónica por haber hecho muy bien el concierto con pocos días de ensayo. Y finalizó pidiendo al público que hiciera todo lo posible por "cuidarla porque es una gran embajadora de Asturias".

Con ese final, y tras lo satisfecho que quedó con el concierto de celebración de las bodas de plata de la orquesta, el último arreón emotivo fue con la prolongación de la ovación (que había comenzado con un bravo) y un "zapateo" feliz y de aprobación absoluta de cada uno de los componentes del grupo. Y es que el maestro sí fue profeta en su casa, la de la OSPA.