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Crónica de un amor que quiere ser inmortal

Tornatore desperdicia una idea ambiciosa con un guión reiterativo aunque con buenos momentos

Jeremy Irons y OIga Kurylenko.

A Tornatore se le pueden reprochar muchas cosas pero, desde luego, nadie podrá negarle que aborda sus películas con una pasión desbordante. Vamos, que cree en lo que hace y vuelca en cada obra todo el entusiasmo del mundo. Que esa motivación desaforada se corresponda con unos resultados a la altura de las pretensiones es harina de otro costal. Y en La correspondencia se da esa circunstancia, finalmente incómoda para el espectador que se da cuenta desde el principio (lo mejor de todo: ese encuentro intenso y fugaz entre la pareja, ese pasillo de hotel con puertas cerradas como lápidas, ese instante de pausa ante una de ellas) de que Tornatore tiene entre sus planos una historia muy querida por él, y sin duda atrevida en su planteamiento hasta rozar la temeridad. Por eso su fracaso es admirable por un lado (viva el atrevimiento) pero decepcionante por otro porque propuestas tan kamikazes no se pueden enjaular en un guión tan errático, tan reiterativo, tan absurdo en demasiadas ocasiones y que desperdicia sus mejores posibilidades. ¿Señales del destino en forma de perros lastimeros y aves errantes? ¿Un amor más allá de la muerte? ¿Unos sentimientos que parecen auparse al misterio de las estrellas? ¿Dos seres que luchan contra la voraz tijera de la mortalidad? ¿Un plan informático que intenta coquetear con la inmortalidad? La idea inicial es prometedora pero Tornatore la resuelve con un triple salto argumental del que sale maltrecho. La parte dedicada a la protagonista como doble de escenas de acción no viene a cuento y es casi tan poco creíble como sus momentos de estudiante superdotada, y el toque de intriga con la investigación en el entorno del personaje de Irons no funciona y se vuelve cansino. Pero, con todo, La correspondencia merece respeto por los esfuerzos de Kurylenko en un papel dificilísimo, por el carisma de Irons (en versión original, mejor) y por algunos momentos muy logrados en los que la furia, la nostalgia, la impotencia y el amor herido cargan las imágenes de auténtica y contagiosa emoción.

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