"Mamá, quiero ser youtuber" podría ser la versión moderna de aquel "Mamá, quiero ser artista" de Concha Velasco. Ser youtuber -es decir, tener un canal propio en la plataforma de vídeos Youtube- parece ser garantía de fama y fortuna gracias a esta red que reúne a más de mil millones de personas, un tercio de todos los usuarios de internet del planeta. Según "The Economist", los youtubers con más de 7 millones de seguidores pueden ingresar hasta 277.000 euros por anuncio. A más seguidores, más ingresos: la plataforma paga, pero también las marcas que se fijan en el youtuber. Por eso la búsqueda de seguidores no atiende a veces ni siquiera a los límites de la ética más básica o, incluso, de la ley. Tal ha sido el caso de Wilson Alfonso, el joven que buscaba su hueco en Youtube a costa de besar a chicas sin su consentimiento por las calles de Oviedo. Buscaba visitas y acabó denunciado y condenado por abuso.

Los youtubers originales empezaron a colgar vídeos como un "hobby" para mostrar sus conocimientos sobre videojuegos o moda. Es el caso de El Rubius, el más visto de España. Su destreza a los mandos de una consola le hizo famoso, aunque en los últimos años su canal ha virado hacia la polémica. Marta Riumbau o la gijonesa Isasaweis podrían ser ejemplo de youtubers consagradas en el sector de la moda y la belleza. A estos generadores de contenidos les respalda una importante masa de seguidores. Pero, ¿qué hacer si los vídeos no gozan de demasiada repercusión?

Pues cosas como las que hacía Wilson Alfonso. Iba robando besos por Oviedo. Les decía a las chicas que les iba a hacer "un truco de magia". Su momento de gloria duró un día: el tiempo que tardó este joven de 24 años en cerrar su canal tras ser denunciado por cuatro víctimas. "Es mi trabajo", dijo Wilson a la Policía Nacional. No es el único youtuber que "trabaja" en cosas así.

El "seductor"

Álvaro Reyes, un joven madrileño que se define como "experto en seducción", enseña en su canal sus "técnicas" para ligar con mujeres. Entre sus tutoriales sobre "cómo besar a una chica en 4 minutos" o "cómo y cuándo tocar a una mujer", destaca una serie de vídeos con cámara oculta bajo el título "Besando con camiseta rosa", una versión de lo que le costó a Wilson una condena judicial. Pese a las quejas de varias asociaciones feministas y colectivos de víctimas de la violencia de género, el canal de Reyes sigue abierto e imparte "cursos de seducción", previo pago de 300 euros.

En la carrera por conseguir vídeos virales (que alcancen a millones de personas) las técnicas son infinitas. Está "MrGranBomba", que iba llamando "caranchoa" a la gente y recibió una bofetada de una de sus víctimas. La bofetada se hizo viral. Y el insulto, casi imprescindible entre los adolescentes españoles. Está "Reset", un joven de 19 años que le dio galletas rellenas de pasta de dientes a un vagabundo para hacer viral su gracia. Fuera de nuestras fronteras, la situación no mejora. Dos hechos conmocionaron el año pasado al "mundo youtuber": la actuación del uruguayo Yao Cabrera, que fingió ser apuñalado para ganar visitas, y la de Marina Joyce, del Reino Unido, que simuló durante varios vídeos sufrir maltrato o, incluso, un secuestro. Los seguidores de Marina pasaron de los 2 millones mientras duró la farsa. El vídeo del falso apuñalamiento a Cabrera fue eliminado de Youtube, pero permanecen los comentarios con imágenes hechos por otros youtubers. La bola viral sigue corriendo.

El sexo es otro de los grandes reclamos. "Porn at 1 mill." es el título de algunas cintas en las que jóvenes mujeres prometen grabar un vídeo sexual si llegan al millón de suscriptores. Es el caso de "Lena The Plug" o Celestina Vega (con ocho y dos millones de reproducciones en sus vídeos). En Argentina ahora son tendencia los youtubers que colocan cámaras ocultas y se graban con amigas con pareja, o con primas, mientras les ofrecen de repente la posibilidad de tener sexo con ellos.

También el amor mueven masas en internet. Los romances entre youtubers como Lizy P y Dallas, YellowMellow y María Cadepe o Dulceida y su novia Alba Paúl -estas dos últimas, parejas lésbicas- mantienen al otro lado de la pantalla a millones de personas.

Los "challenge" (retos) y "tags" (vídeos sobre una temática determinada) completan el círculo de los contenidos que aspiran a ser virales. El conocido "Mannequin Challenge" (el "reto del maniquí": grabarse en vídeo quedándose inmóvil) se repite hasta la saciedad. Algunos desafíos son aún más absurdos: hinchar los labios aprovechando el vacío que se hace con un vaso, quemar la piel con un hielo y sal o meter la cabeza en un condón lleno de agua son algunos de ellos. Todo por un visionado más.