El filósofo Emilio Lledó, premio “Príncipe” de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2015, y académico de la RAE, visitó estos días Oviedo para participar por vez primera como jurado en la concesión de este galardón, que finalmente se otorgó al grupo cómico argentino “Les Luthiers”. Lledó charló con LA NUEVA ESPAÑA sobre los problemas de la sociedad actual que más le preocupan. El primero de todos, la educación.

-¿Sirven los premios “Princesa de Asturtias” para potenciar la humanidades, que ahora no están en su mejor momento?

-Hay que defender las humanidades ahora que están en crisis. Es un error garrafal, una ceguera por parte de los políticos, que están alimentando la idea de para qué sirven las Humanidades. ¡Pues sirven para ser humanos! Para ser hombre y mujer, para hablar, para criticar y para entender el mundo, para saber quién te manipula y de dónde vienen las informaciones que te llegan, cuáles son verdaderas.

-En Sillicon Valley demandan filósofos.

Es curioso. Eso me llena a alegría, aunque a mí ya no me contratarán. Ni me interesa en absoluto. En esta época de mi vida lo que quiero es tener tiempo para escribir, reflexionar, para pensar.

-¿Las nuevas tecnologías están destruyendo el pensamiento?

-Eso sería terrible. Yo confío en que no, pero a veces te da la impresión de que vivimos en una serie de informaciones puntuales y no tenemos la horizontalidad de la reflexión, de la lectura. Estamos informados y, sin embargo, estamos silenciosos porque el silencio interior es el que brota de tu capacidad de entender y ver el mundo.

-Ya no sabemos escribir a mano.

-Es horrible. Yo escribo a mano. He escrito alguna cosa directamente a máquina. A ordenador no escribo ninguna cosa directamente.

-Nuevas tecnologías y escuela. ¿Qué hay que hacer?

-La escuela tiene que alimentar ese interés de los chicos por la lectura, por la reflexión, y liberarse hasta cierto punto del condicionamiento del mundo digital, que funciona con pequeños flashes. La reflexión y el pensamiento se alimentan no sólo en los puntos en los que te informan sino en lo que tú eres capaz de hacer con esa información. Por eso he dicho muchas veces que la libertad de expresión es estupenda, pero que lo más importante es la libertad de pensamiento. ¿Para qué queremos un imbécil que tenga libertad de expresión? Esa imbecilidad no nos interesa.

-Pues da la impresión de que en el sistema educativo no se está primando eso.

-Habrá que rebelarse con toda la fuerza contra esa ceguera, contra esa estupidez

-¿Estamos dejando de usar nuestro cerebro?

-Y el lenguaje que creamos con él. Nacemos en una lengua por casualidad pero lo que no es causal es el lenguaje que tú haces contigo mismo, la lengua matriz.

-Somos en tanto que nos hablamos.

-Por supuesto. Y somos en tanto que reflexionamos, que nos reflejamos en lo que hablamos y vemos las palabras que pronunciamos como espejo en el que, de alguna manera, está nuestro ser.

-¿Cuál es el problema que ahora mismo más le preocupa?

-La educación hay un texto famoso de Kant que he repetido muchas veces que dice que el ser humano es lo que la formación hace de él. Yo lo creo profundamente, si coges a muchachitos de ocho o diez años y les metes unos grumos pringosos en la cabeza ese chico -estoy exagerando un poco- ya está tarado para toda la vida no podrá pensar. Estoy exagerando un poco. Hay que crear libertad en la mente de la gente.

-El pacto de la educación, ¿para cuando?

-¿Pero qué hay que pactar? Si hay unas ideas fundamentales: la libertad, la creación de personalidad, de espíritu crítico, que quiere decir reflexionante. En griego criticar era juzgar, saber juzgar. No saber juzgar es una desgracia espantosa en la vida contemporánea. Sobre todo porque estamos inundados de informaciones y acaban entonteciéndonos; obturándonos, valga el verbo.