La Marie Curie que vemos en la pantalla no tiene el ceño fruncido o la expresión seria como en la mayor parte de las fotografías que conocemos del personaje real. Marie Noëlle la humaniza desde la carnalidad, el llanto, la pasión y el coraje. Es una mujer genial en el laboratorio que, fuera de él, explora sus propias emociones sin etiquetarlas ni meterlas en probetas. Al igual que enseña a los niños a experimentar como una vía de educación mucho más provechosa que la mera memorización, es una mujer que no tiene miedo a sus propios deseos. Ni da la espalda a sus ambiciones en un mundo dominado por el yugo machista que no puede aceptar que una mujer sea más brillante que un hombre.

No es una biografía completa: solo acompañamos a Marie durente seis años. Decisivos. Tras morir si marido Pierre en un absurdo accidente, la devastación se apodera de ella: ahí entra en juego el sensible y preciso trabajo de la actriz Karolina Gruszka para mostrar todo el dolor del mundo bajo la lluvia insolente al conocer la noticia o cuando abraza el cuerpo de su marido. Lloviendo tras las ventanas. O cuando coge un puñado de la tierra que cubre la tumba. "Sin Pierre no soy nada", dice, pero es justamente esa ausencia la que llenará de fuerza su vida. "De nuevo otro día que no he podido vivir contigo...". El desgarro va dando paso, poco a poco, a la necesidad de sentir, descubrir, crecer como científica y como mujer, algo que se contagia a sus descendientes. "Dios es como Papá Noel para adultos", dirá una de sus hijas, la que no acepta respuestas dóciles.

No es casualidad que la directora se sirva a menudo del cristal para merodear al personaje: ventanas, espejos, puertas. Sus reflejos nos la muestran transparente mientras el resto del mundo contempla a alguien enigmático y hermético. Solo otro genio, Albert Einstein, la percibe y la trata como una colega a la que respeta y admira. "Usted es la más brillante entre las mujeres", le dice en una preciosa escena en la playa entre hombres con frac y bombín "También entre los hombres", corrige ella.

La fórmula de Marie Curie no es maestra siempre. La parte romántica en la que desnuda su pasión por el físico Paul Langevin recurre a las hormas más previsibles del cine romanticoide con arrebatos boscosos y coitos artificiosos, con algún que otro desnudo que encaja mal con el estilo de la película y con el personaje.

Más interesante es la forma en que se muestra las consecuencias sociales de ese amor con un hombre casado con una mujer de cuchillos tomar, pues la sociedad misógina y envidiosa que veía con malos ojos el ascenso (¡dos premios Nobel!) de Curie aprovechó el escándalo para intentar desprestigiarla, y eso incluía a la prensa conservadora francesa que la calificaba de "rompehogares judía extranjera". "La prensa habla de mi debilidad moral porque soy mujer", sentencia ella en pleno acoso, ya consciente de su poder como científica en solitario, sin la sombra de su marido, y también como mujer que ríe, disfruta de su piel, canta, pone flores en el ceñudo laboratorio y se estremece cuando su amado amante la llama "radiante reina del radio". Ese mismo radio que acabaría matándola a los 66 años.