La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El Arzobispo, con el Papa en su histórico viaje a Perú

Volver a lo cotidiano tras unos días extraordinarios

La visita papal ha sido un regalo para miles de fieles durante unas jornadas extenuantes para el Santo Padre en las que se subrayó un mensaje de unidad y esperanza

El Papa Francisco se despide en la escalinata del avión antes de abandonar Perú. PRENSA DEL VATICANO

Termina el viaje y marchamos los viajeros. Volvemos al trajín de lo cotidiano, donde nos esperan las mismas cosas que dejamos, aunque quizás ahora contempladas y vividas de otra manera, por la gracia recibida en unos días que siempre recordaremos. Quedan atrás estos cuatro días de una inmensa intensidad en donde he podido asistir en primera línea a algo que te toca el corazón y te hace preguntas que no puedes rodear ni maquillar. En primer lugar, la fuerza que tiene la fe, aunque tantas veces sea una creencia inmadura, parcial. La mirada no sabe ni puede dejar de asomarse a un horizonte de esperanza para el que nacimos, en donde todas nuestras justas inquietudes encuentran de Jesús la más inaudita e inmerecida respuesta.

Así pasó hace dos mil años cuando el Señor fue viajero que iba contagiando su Buena Noticia a tanta gente zarandeada por la vida, y por la muerte, por la ingratitud, la soledad, la violencia y los miedos todos ante las penurias de tantas maneras. He visto la fe de un pueblo sencillo, una fe más grande que todas nuestras incoherencias juntas, infinitamente mayor que nuestros pecados cualesquiera. No son de piedra, se dan cuenta de las cosas, pero saben distinguir que una cosa es Cristo y su mensaje y otra bien distinta es la debilidad o mediocridad de los cristianos. Estos hombres y mujeres, niños y adultos, jóvenes y ancianos, pedían la bendición de Dios por doquiera que fueras, la bendición de Dios, sí? aunque ésta les llegase por tus manos.

En segundo lugar, he visto cómo queda presente y patente una herencia evangelizadora y cultural de primer rango, cuando durante siglos llevaron adelante una preciosa labor tantos hombres y mujeres que habiendo dejado patria, familia, casa y hacienda, se allegaron a estas tierras, se entregaron a estas gentes. Sin más pago que la alegría del Evangelio sembraron de esperanza los surcos de los corazones. Quizás otros que arribaron a estos lares tuvieron otros intereses y sacaron otros partidos pagando un precio excesivo las gentes que encontraron. Pero los cristianos, nuestros misioneros, se dejaron su vida y su tiempo para anunciar la más bella Buena Noticia, defendiendo los derechos de Dios y los derechos de sus hijos, que siempre serán nuestros hermanos.

En tercer lugar, como me sucediera cuando estuve en África visitando nuestra misión diocesana de Oviedo en Bembereké (Benín), me vuelvo a conmover ante el mestizaje de Dios: Él es indígena, es cholo, habla quechua, y le gusta la mirada limpia de estos ojitos aceitunados, y el color de su piel morena y cobriza, y sus danzas vistosas con sus colores y cantos variados, la alimentación que aquí se usa, y la armonía que hay entre una naturaleza pura celosa de su virginal belleza y el respeto de estas gentes que en ella encuentran el libro de tanta sabiduría que Dios ha escrito para ellos. No es el Dios "europeo" que ha venido a esta tierra para colonizar tierras y personas según el uso y costumbres del viejo mundo, sino un Dios que está a la buena de Dios en medio de sus hijos en este nuevo mundo de las Américas.

No por ser lo último es lo menos importante. Pero sin duda que el paso del Papa Francisco ha sido un regalo para tantísimos corazones, en una desbordante mayoría bien ruidosa que ha expresado de mil modos su gratitud al Santo Padre y su alegría por pertenecer a un pueblo cuya fe ha venido a confirmar el Sucesor del apóstol Pedro. Para el Papa han sido días extenuantes con una carga de actividades que a cualquiera nos dejaría molidos, y que, sin embargo, con la ayuda del Señor, él ha logrado sobrevivir con garbo y mucha entrega.

No cambia la doctrina, aunque puedan ser otros los acentos cuando en otros momentos, con tiempos cambiados y cambiantes, se intenta proclamar el Evangelio eterno, tal y como lo ha recibido la Iglesia de su Señor y Maestro, tal y como lo han celebrado tantas generaciones cristianas, lo han testimoniado hasta el martirio nuestros misioneros, y tal y como lo han enseñado de padres a hijos nuestras familias, nuestros pastores verdaderos. Se viene a recordar lo de siempre, porque de suyo es así el mensaje que abraza nuestras preguntas, todas teniendo como respuesta ese Evangelio que no tiene fecha por ser para cada época aun permaneciendo siempre el mismo.

Es justo dar gracias al Buen Dios por todo ello, y al término de este periplo visitador de un viaje apostólico, podamos todos con un corazón agradecido aplicar a nuestra vida personal lo que aquí el Señor nos ha enseñado, nos ha recordado, y nosotros quizás hemos aprendido recordando lo olvidado o estrenando lo que trae sabor a nuevo.

Unidad y esperanza fue el lema de este viaje del Santo Padre a Perú. Y un pueblo más unido y fortalecido en su fe es el que queda cuando otros nos vamos. Un pueblo cristiano que vuelve a encender la antorcha de la esperanza cuando, en medio de las dudas o las certezas, las luces o las sombras, lo que nos alegra o lo que nos pone a prueba, volvemos a dar gloria a Dios siendo bendición para todos los hermanos.

Compartir el artículo

stats