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Doctor en Ciencias Políticas y Sociología

Gestión pública y privada

Las distintas formas de administrar los recursos

Dos noticias antagónicas nos sorprenden en la prensa de estos días (LA NUEVA ESPAÑA, 2-IV-16). El Banco de Santander cierra en toda España 450 oficinas. Por el contrario, la Generalidad de Cataluña, solamente en aquella comunidad autónoma, aumenta a partir de mayo de 53 a 142 sus oficinas de recaudación de impuestos.

Parece que una empresa privada, cuyo objetivo es gestionar cada vez con menor gasto sus negocios, ha comprendido que con los medios tecnológicos e informáticos actuales, la multiplicación de oficinas y de personal administrativo puede ser reducida sin perjuicio de su eficiencia.

Es una medida en sentido contrario a la política bancaria de hace unos años, en los que la captación del dinero de la clientela pasaba por la proliferación de oficinas a pie de calle. Se buscaba la cercanía del cliente, ofreciéndole junto a un trato amable y personalizado, unos servicios eficientes que le fidelizaran al banco, buscando tanto el beneficio de la institución como la gestión y el crecimiento de sus ahorros.

Pero llegaron las nuevas tecnologías, los ordenadores, las tarjetas de crédito, los cajeros automáticos, la banca "on line", etcétera. Y, con ellos, se hace innecesaria la antigua estructura y, como además podemos efectuar casi toda clase de operaciones desde nuestros teléfonos móviles y desde nuestros correos electrónicos, ha dejado de ser necesaria la presencia física masiva en las calles de los bancos, porque hoy, en poco tiempo, han cambiado usos y costumbres y es necesario adaptarse a las nuevas formas de vivir.

Sin embargo, en el sector público, donde la cercanía, la amabilidad, la cortesía y la atención al cliente (contribuyente en éste caso) siempre han dejado mucho que desear, sin renunciar en absoluto al uso y al abuso de las nuevas tecnologías informáticas, aumenta exponencialmente, tanto el número de oficinas a pie de calle, como el de funcionarios, en realidad no para ser más eficaz el Estado en la prestación de servicios, sino para crear una clientela administrativa y política de fieles que contribuya a la perpetuación de los gobernantes en sus poltronas indefinidamente.

Sin embargo, hoy al ahorro económico y a la eficacia en los negocios, se le moteja de neoliberalismo, en tanto que al despilfarro se le ensalza calificándolo de "progresista".

El ilustre sociólogo Max Weber, hace más de cien años, ya pronosticó lúcidamente que la burocracia era "una jaula de acero que acabaría ahogando al ciudadano contribuyente".

¡Qué razón tenía!

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