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Saúl Fernández

Crítica / Teatro

Saúl Fernández

La destrucción o el amor

Duelo a muerte en torno a una ruptura sentimental

Se te queda mal cuerpo al final de "La clausura del amor", el duelo a muerte celebrado el viernes pasado sobre la escena del teatro Palacio Valdés: Isra (Israel Elejalde) le grita a Bárbara (Bárbara Lennie) que ellos, los de entonces, ya no pueden ser los mismos porque ya nada es lo mismo y que la situación en la que se encuentran sólo tiene una solución: el abismo. Y ella, entonces, se desquebraja y, al minuto, se rearma y, lanza en astillero, reacciona y le escupe que ella saldrá de sus sueños, que ha llegado el momento de morir. Falta la lluvia y sobra congoja. Los dos examantes "mueren" sobre la escena. Nosotros, los de entonces, ya lo dijo Neruda, ya no somos los mismos. Lo demás es silencio.

"La clausura del amor" es una tragedia cruda, gélida, sangrante, un vómito de vida destruida... Pascal Rambert la estrenó hace cinco años en el Festival de Aviñón, que es como el escaparate del novísimo teatro europeo en una ciudad antigua. Rambert, que aparte de dramaturgo, es coreógrafo y director de escena, fue el que se encargó de trasladar a este lado de los Pirineos a esos amantes en ruinas, dejarlos sobre un escenario vacío y entregarles los floretes. Palabras como espadas. "Tan sólo piensas en hacer lo malo; / tu lengua es traidora como un cuchillo afilado", se puede leer en los "Salmos" y se pudo ver sobre unas tablas heladas que congelaban la ruina y criogenizaban las almas de los espectadores. La destrucción o el amor. "Allá por las remotas / luces o aceros aún no usados, / tigres del tamaño del odio", que escribió Aleixandre. Que sobre el derribo se ha dicho tanto durante tantos años que parece mentira que un nuevo espejo logre reflejar lo que todo el mundo ha vivido: la caída de todas las ramas, la desnudez y la capitulación. El texto de Rambert es terrible. Porque hace sangre y cuando ha hecho sangre, sala las heridas. Y uno sale del teatro herido por el rayo... y un poco podrido.

Israel Elejalde y Bárbara Lennie componen una poderosa tragedia: dos actores con sus cuerpos, sus voces, sus lágrimas... sólo dos actores para comunicar que después de la tormenta viene el huracán, el tornado... y no hay país de Oz, ni camino de baldosas amarillas. Elejalde ya cuenta en su haber un Hamlet despampanante y, ahora, también este sujeto que nada más salir a escena se lanza al cuello de su esposa como un lobo rabioso. Y es que Rambert coloca a sus dos criaturas cuando todo ya es nada. Y da igual que luego vayamos sabiendo que tienen varios hijos, que son actores...

Da igual qué camino ha seguido esa pareja para llegar a esa sala de ensayos donde empieza el duelo. El duelo es lo sugestivo y los dos actores dan la vida por salvarse a sí mismos. Dos horas, dos soliloquios exquisitamente bien escritos, un estudio lingüístico y filosófico sobre la realidad, la ficción, las palabras, los signos lingüísticos... La obra es dura y no gustó a todos los espectadores. No es fácil descubrir que eso que sucede sobre la escena es la escena propia del espectador.

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