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Nuremberg: 70 años después

El 1 de octubre, de hace treinta años, finalizó el mayor juicio de la historia contra los jerarcas de la Alemania nazi. Se designó la ciudad de Nuremberg como lugar del proceso para humillar el recuerdo solemne de las inolvidables marchas y congresos del partido. Los diez principales acusados fueron ahorcados como simples delincuentes, algunos con grandes sufrimientos, sin respetar el alto grado militar de unos y el prestigio profesional, personal y cultural de otros. La rendición incondicional alemana brindó la ocasión para la venganza de los vencedores contra los vencidos. Uno de ellos, el segundo de la cúpula germana, el mariscal Goring, se suicidó el día antes para evitar ser ahorcado como un perro. De los tres mil funcionarios que participaron en las sesiones más del 80 por ciento fueron judíos. Fue el primer juicio de la historia donde los vencedores, sin basarse en ninguna norma previa, se permitieron el lujo de juzgar y condenar a los derrotados, los cuales ya estaban sentenciados antes de la apertura.

El escándalo jurídico y humanitario fue escandaloso. Los vencedores tenían las manos tan llenas de sangre como los vencidos, les acusaron injustamente de haber cometido las atrocidades de Katyn, donde aparecieron en 1943 más de diez mil oficiales polacos muertos con un tiro en la nuca y las manos atadas a la espalda, siendo los comunistas rusos los únicos culpables de semejante hazaña: en 1990 el gobierno democrático de Rusia reconoció esa culpabilidad atribuyéndola a los agentes del servicio secreto.

Los que ganaron la guerra no se sentaron en el banquillo de los culpables, estaban inmunizados de sus crímenes: Stalin y Hitler se habían repartido Polonia en dos mitades en 1939, por medio de sus respectivos ejércitos. Lo increíble fue que ninguno de los nazis condenados abjuró.

Cuando le dije, siendo un estudiante de tercero de Derecho, al por entonces egregio profesor de Derecho Internacional, señor González Campos, miembro del Tribunal Internacional de Justicia de La Haya, militante comunista, con el apoyo del régimen de Franco, que el Derecho Internacional nació y murió en Nuremberg, porque los vencedores no pueden ni deben juzgar y mucho menos condenar y matar impunemente a los vencidos, no supo qué contestar.

Un año antes del juicio, el presidente Truman ordenó el lanzamiento de dos bombas atómicas sobre indefensas poblaciones civiles, causando más de 300.000 muertos en el acto: tampoco se sentó en el banquillo. Los responsables del genocida bombardeo de Dresde que provocó más de 250.000 personas quemadas, según los cálculos más benévolos de la Cruz Roja Internacional, tampoco lo hicieron. Gracias a ese juicio el odio y el rencor siguen latentes en una Europa que oculta sus reales intenciones. Los hijos y nietos del os juzgados no pueden olvidar lo que les hicieron a sus antepasados. El odio genera odio y el rencor siempre permanece soterrado. A pesar del tiempo transcurrido, ya desde niño, cuando veo las imágenes de los principales acusados en el banquillo siento una enorme emoción, algo me sigue diciendo que eso es muy importante para nuestro futuro inmediato: muchas de las cosas que suceden ahora y no se entienden por el común de los mortales se fraguaron allí, dejando caer sus efectos sobre el tiempo presente. Cada alemán lleva un Hitler dentro, no lo olvidemos. El auge del neonazismo en Alemania y Austria es un dato más que preocupante para la salud del sistema imperante. Si Hitler se presentara a las urnas en la actualidad arrasaría de forma contundente. La gente no entiende, porque no le interesa o no lo sabe, que fue un avatar, un instrumento largamente preparado por el destino para el cumplimiento de una misión, una persona irrepetible que surge, si acaso, cada cientos de años, por suerte para nosotros. El mundo no está bien cuando se separa de las cosas buenas y tranquilas. La venganza siempre arroja malos resultados. Los herederos de Dresde y Hiroshima nunca podrán olvidar lo que padecieron sus ancestros. El juicio de Nuremberg fue una gran farsa y una tremenda venganza colectiva. Son demasiadas las cosas que se desconocen y permanecen oscuras por el bien de una democracia moderna; saber mucho asusta.

El que gana siempre tiene razón, escribe los libros que quiere e impone las condiciones del modus vivendi, pero la fe del vencido y la ideología del que fracasa y se siente mal tratado permanecen dormidas durante años esperando una nueva oportunidad. Si los neonazis alcanzaran el poder, Europa volvería a padecer males sin cuento. Los autodenominados sabios y entendidos creen que esa posibilidad es remota. Sin embargo, ningún economista de prestigio mundial pronosticó la crisis económica de 2007 ni nadie, salvo quien esto escribe, ha afirmado que la pasada tormenta financiera fue el preludio de la que vendrá para arrasar con el euro y la Unión Europea.

Alemania está ganando la tercera guerra mundial por vía económica sin disparar un solo tiro. No necesita invadir pueblos con las armas ni lanzar misiles contra ciudades. Por eso existe el peligro de una nueva conflagración o ruina económica; los mismos que desencadenaron las dos guerras mundiales son los que intentarán acabar con el prestigio europeo. El mundo está en peligro cuando se condena de forma injusta al vencido. La muerte de las ideologías afianza el advenimiento de los que están esperando su momento para volver a los vetustos litigios del pasado. Nuremberg fue el principio de una injusticia que va creciendo con el transcurso del tiempo; de todo lo que allí se habló y juzgó deriva el actual orden o desorden europeo.

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