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Vita brevis

Sentencias

La catarata de opiniones tras el fallo del "caso Nóos"

Sonaban en los carrillones de muchos campanarios de Asturias las notas claras y elementales de la primera estrofa de "Estrella guía". ¡Santa María! En el cielo hay una estrella, que a los asturianos guía. Las campanadas siguientes anunciaban que oficialmente eran las doce del mediodía, que no se corresponde con el solar, ya que en invierno andamos una hora por delante del sol.

Era la hora del Ángelus. El ángel del Señor anunció a María, y concibió por obra y gracia del Espíritu Santo. Pero casi no dio tiempo a concluir la oración mariana cuando se nos comunicó la esperada sentencia del conocido como "caso Nóos", en el que había hecho banquillo como acusada la Infanta Cristina de Borbón y Grecia, su balonmanista esposo Urdangarín, el espabilado socio de éste y otros prójimos.

Con el sol al cénit, el ángel judicial anunció su sentencia, con sus condenas y absoluciones "urbi et orbe", como el papa bendice los domingos al mediodía, desde el balcón de su despacho, a los fieles romanos y peregrinos que se agolpan como iglesia militante en la plaza de San Pedro, sorteando las dos fuentes y el obelisco, y rodeados por la columnata que ideara Bernini y que coronó con ciento cuarenta imágenes de santos, representando a la iglesia triunfante.

Apenas si pasaron cinco minutos y ya escuchábamos sentenciosas opiniones sobre la sentencia por radios y televisiones, en tertulias y comparecencias, en corrillos callejeros y por las barras de los bares, entre sorbo y meneo de cucharilla de un café con leche, un cortado o un descafeinado de máquina con sacarina, que de todo hay en la viña del Señor.

Naturalmente que todas las gentes tienen derecho a decir lo que les dé la gana, incluidas tonterías solemnes sobre cualquier cosa, sea sobre las propiedades físicas macroscópicas de la materia, sea sobre las expediciones militares que organizó el rey zulú Shaka que diezmaron a los clanes ndebele en el periodo Mfecane, sea sobre la sentencia del "caso Nóos" sin haberla leído. Por supuesto que no puede privarse de ese derecho a los políticos, a los periodistas y a los tertulianos diversos. Ni siquiera a los abogados, juristas, picapleitos, rábulas, leguleyos y otros profesionales de la ley y el derecho, aunque esa dedicación sólo sea en un cacho pequeño y de refilón.

Nada se puede objetar a que cualquiera opine que le parece poca o mucha la condena impuesta a los enjuiciados en ese afamado proceso. Todo el mundo puede verter lo que le bulla por el cacumen sobre la absolución de la Infanta. No importa que sólo se conozca el final de la sentencia y que prácticamente nadie haya leído las razones del fallo, que es un tocho de cerca de mil páginas, que podría hacer la competencia a "Ana Karénina", de León Tolstói, o a "Ulises", de James Joyce. Ahí es nada, que hay libertad de expresión, de palabra, de obra y de omisión.

Lo espeluznante es que, aparte de opiniones gratuitas y sin fundamento crítico alguno, se digan falsedades objetivas, generalmente hijas de la supina ignorancia o, peor aún, de la desidia absoluta en el ejercicio de la propia profesión. Les confieso que, como en la copla, se me paran los pulsos cada vez que leo en los periódicos o escucho a sesudos locutores de noticiarios que han absuelto a la Infanta, pero que le han puesto una multa, como si se hubiera saltado un semáforo en rojo. La comprensión lectora de esos personajes es ínfima, porque a lo que ha sido condenada es a pagar a Hacienda las cuotas tributarias defraudadas. Restituye, Cristina, restituye.

Sigan ustedes opinando sobre sentencias sin leerlas o, lo que es peor, leyéndolas y sin entender lo que ponen. Como tantos han hecho con las del Conservatorio.

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