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Dando la lata

Que tengas un buen día

La desconfianza ante un buen propósito

Me acerqué al quiosco que está junto a la iglesia de San Miguel a comprar los periódicos dominicales, con ese espíritu que suelo tener las mañanas de los días festivos, perezoso, como de perfil bajo, de arrastrar la pata y estar para pocos esfuerzos. Eché bajo el brazo el montón de papel, pagué y, al momento de marchar, el quiosquero, un hombre habitualmente serio y de pocas palabras, levantó la mirada hacia mí y me espetó: "Que tengas un buen día". Y sonrió levemente. Por lo inesperado del gesto de cordialidad, apenas conseguí balbucear un "igualmente" de la que echaba a andar en dirección a la Plaza del Marqués.

A los pocos metros comencé a experimentar la sensación de agrado que me proporcionaron las palabras del quiosquero. Porque esa es la maravillosa propiedad que tienen la amabilidad y la cortesía: son capaces de alegrarte la vida, como ese caramelo que arrastra el mal sabor de boca. Son detalles, sutilezas, pequeños gestos cargados de analgesia, que producen alivio en la grisácea cotidianidad.

No recuerdo dónde fue, pero el otro día leí que "un día sin sonreír es un día perdido". Cuánta razón. Porque, aunque a veces parezca imposible, siempre hay motivos para esbozar una sonrisa. Como siempre es buen momento para ser amables. No se consigue nada luciendo todo el santo día una cara como de haber bebido vinagre salvo amargarnos y amargar la existencia al prójimo. Como tampoco se consigue nada por medio de la grosería, a no ser que lo que se persiga sea depreciarse uno a sí mismo.

Lo sé, abundan las personalidades primitivas que aún entienden la amabilidad y la cortesía como señales de debilidad. Como si los modales de jabalí fueran motivo de orgullo. Se equivocan, porque lo fácil, lo simple, lo que cualquiera puede hacer sin el menor esfuerzo, es ser un grosero mal encarado. Eso está al alcance de cualquiera.

Sin embargo, para sonreír y mostrar un gesto amable, para tratar bien a la gente, con corrección, gentileza y educación, hay que tener un intelecto mucho más evolucionado. Además, para los cuatro telediarios que nos quedan, ¿de verdad que vale la pena malgastarlos con cara de funeral mañana, tarde y noche? Qué va, hombre. Ni hablar.

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