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Dando la lata

En coche

Sobre la sostenibilidad de los actuales servicios públicos de transporte

Enfrió. Y de repente. De la caricia de los veinte grados al arañazo de los tres. Y los que nos gusta salir a caminar después del trabajo lo percibimos como una nevera abierta que obliga a apretar el paso para generar calor. En mi paseo veo los trenes de FEVE y RENFE en frecuentes idas y venidas. Y ahora, envueltos en la oscuridad, se acercan y alejan con los vagones iluminados, lo que me permite ver sus interiores. Van vacíos. El último que vi, en dirección a Oviedo, transportaba a una sola persona. Un tren de cercanías entero para un único viajero. Hacia el otro lado brilla una autovía repleta de coches. Y, claro, te preguntas cómo pueden ser sostenibles los actuales servicios públicos de pasajeros si la gran mayoría prefiere desplazarse en coche. Aunque sea más caro, más peligroso y más latoso, no hay quien nos apee del coche particular. Y conocemos los números, padecemos los atascos, nos desesperamos buscando un hueco para aparcar, sufrimos las restricciones al tráfico, semáforos, límites de velocidad, de todo. Sin embargo, la primera elección es nuestro coche, a pesar de disponer de una red de transporte colectivo bastante decente. El tren te deja en el centro de Oviedo. Pues vamos en coche. El autobús municipal te lleva al hospital en un santiamén y sin riesgo de inmersión en algún charco del aparcamiento exterior. Pues vamos en coche. Casi cualquier destino tiene una línea regular. Pues vamos en coche. Porque al español y, por tanto, al asturiano, es muy difícil bajarlo del coche. Como país pobre que fuimos llegamos tarde a él y envidiamos el suave rodar y la libertad de desplazamientos de los europeos del norte. Hoy son ellos los que se mueven en bicicleta y transporte público, los que expulsan a los automóviles de los centros urbanos, los que usan el coche sólo cuando no hay mejor solución, los que reinterpretan las ciudades para ponerlas al servicio del ser humano y no de su ruidoso y apestoso coche.

Recuerdo que a mi tío Urbán, el comité de empresa le obligó a poner un autobús que transportara a los empleados desde la fábrica al pueblo y viceversa. Lo puso, pero nadie subió en él. Cada uno iba en su coche.

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