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Velando el fuego

Rentistas

Las discusiones por el final de la minería y sus consecuencias

Hace dos o tres días, mientras estaba ocupado en el bar con mi descafeinado mañanero, se acercó una persona a la mesa donde estaba y me dijo que seguía con atención mis artículos (un modo de entrar "dorando la píldora", que muchas veces esconde segundas intenciones). Me considero una persona moderna, dijo, y por eso no soy capaz a entender ese empeño tuyo (más o menos ése fue el tenor literal de sus palabras) en defender un sector que ya está muerto. El futuro pasa, prosiguió a continuación, por apostar por otro tipo de energías más limpias, las renovables, ya sabes a lo que me refiero, apostilló. Hay que dejar la nostalgia a un lado y ser modernos (al preguntarle por los atributos de esa presunta modernidad, me encontré con una sonrisa como respuesta).

Saqué el manual de la cortesía y lo abrí por las primeras páginas, indicándole que se sentara, pues de ese modo resultaría más fácil continuar con la conversación. Me agradeció el gesto, se acercó a la barra del mostrador para coger el vaso de vino que tenía allí y, tras tomar asiento enfrente de mí, no necesitó que le diera alas para proseguir con su defensa a ultranza de las nuevas fuentes de energía (tal pudiera pensarse que hubiera hecho un cursillo acelerado, pues de su boca no dejaban de salir constantes apelaciones a las solares y a las eólicas, e incluso hubo tiempo para que dar algunas pinceladas sobre las ventajas de la biomasa y la geotérmica).

Al cabo de un rato, aprovechando que la lengua se le había quedado un tanto floja, intervine en un tono conciliador para apuntarle que no era mi especialidad, precisamente, recurrir a la nostalgia (estuve a punto de decirle que si seguía con atención mis artículos, como había manifestado, bien podría haberse dado cuenta de ello); pero que, en todo caso, mi idea del futuro no tenía nada que ver con un salto a ciegas en el vacío, y que vale que haya que buscar otro tipo de alternativas, pero que, mientras tanto, no se puede deshabitar un territorio sin antes apuntalarlo con algún tipo de alternativas, aunque fueran pasajeras.

A partir de este momento la conversación entró en un bucle sin salida, y, como me temía, no tardó en aparecer la flor de la envidia, esa recurrencia al retiro de los mineros a una edad temprana y, por descontado, a la paga tan suculenta que les quedó. Nada nuevo, por cierto. Hasta que al cabo de un rato, ambas partes nos dimos cuenta de que el partido estaba a punto de concluir y de que forzar una prórroga no nos conduciría a ninguna parte. Fue entonces cuando se levantó de la mesa y, despidiéndose de mí con buenos modales, se acercó a la barra y, tras abonar la consumición, salió a la calle.

"No te preocupes, Cellino, me dijo entonces alguien que, por lo visto, había escuchado la conversación o parte de ella. "Esti nunca dio golpe, ye un rentista, qué vamos a esperar de tipos así", concluyó despectivamente. En ese momento pensé en los responsables ministeriales del sector, que continúan negándose a recibir a los sindicatos para tratar de encontrar alguna solución a un problema que ya lleva enquistado desde hace bastante tiempo. Y entonces me pregunté si también ellos serían rentistas, para, al cabo de unos instantes, darme en la frente al constatar que hay preguntas que sobran. De ahí a acordarme del riesgo de los mineros no hubo más que un paso. Quienes nos gobiernan son "rentistas de primera, pero no precisamente en la mina d' El Sotón", bien podría ser ésta la letra que figurara en la canción de "Nuberu".

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