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Recuerdo y memoria

Mourinho, un entrenador que se avergüenza no sólo de perder, sino de haber ganado y que eso no haya sido suficiente

Dicen que no era él, que no era Mourinho quien abandonaba encapuchado las instalaciones de Stamford Bridge, el estadio del Chelsea, lo más parecido a una casa que probablemente haya llegado a tener nunca el entrenador portugués. De estar en lo cierto quienes lo afirman, Mourinho no habría hecho de su fracaso un espectáculo, sino que, como cualquier actor auténtico, simplemente habría considerado al mundo entero su público. Un público al que le habría dado la espalda para llevar a cabo mediante la negación del drama un drama sublime y así convertir su ausencia en otra gran interpretación. Seguramente abunden quienes hayan deseado ocupar su lugar en alguna ocasión, pero nadie puede haber deseado ser siempre Mourinho, alguien que no sólo se avergüenza de perder, sino de haber ganado y que eso no haya sido suficiente. Se trata de un juego. El juego implica la posibilidad de la derrota. Y una derrota no es motivo para la vergüenza mientras no conlleve, y en ese caso también lo sería la victoria, la traición a unas creencias. Si renuncias a tu estilo de juego y pierdes, ¿qué te queda?, dijo en su día Michael Laudrup, lo recuerdo a menudo. Recuerdo. Qué poco soy sin esa palabra. La certeza incuestionable de un final y tantos comienzos, retornos. Recuerdo el día que Miriam y Eduard me regalaron una entrada para presenciar el partido de ida de la semifinal de la Champions que enfrentaba al Barcelona con el Chelsea, entrenado entonces por Hiddink. Recuerdo a Messi: a los elegidos, un solo gesto, en colaboración con la expectación del espectador, además de describirles, les distingue. Recuerdo la oportunidad errada por Bojan, su ansiedad, vuelta hoy felicidad en el Stoke. Me alegra su dicha. Un juego que no hace feliz al jugador no es digno de su nombre. Recuerdo la fortaleza del equipo inglés: Essien, Mikel, Ballack, y Lampard, que iba de un lado para otro con la tranquilidad majestuosa de quien se sabe responsable de lo propio y al mismo tiempo merecedor de lo ajeno. No había un organizador en el centro del campo amarillo aquella tarde, había funciones que desempeñar: en lugar de puestos, posiciones. ¿Y ahora qué? Ahora lo siguiente. En la ficción, todo villano en condiciones depende desesperadamente de su némesis. Así que, con Guardiola en el Bayern y quizá ya camino del City, el rumoreado regreso de Mourinho al Bernabéu le reduciría a un tipo que empuña un hacha ante lo que en algún momento fue un bosque y donde no queda ya ningún árbol, aunque el bosque, eso sí, continúe todavía ahí, en su cabeza. No digo que Luis Enrique o Simeone no estén a su altura, digo que jamás podrán ser su reverso perfecto. Es mucho lo que el asturiano ha conseguido al frente de la plantilla culé, pero ha mostrado involuntariamente la diferencia entre la consecuencia y el objetivo, y eso tiene confundido a un barcelonismo que, pese a sentirse dominador incontestable del fútbol actual, no se siente orgulloso de sus triunfos. Aliviado tal vez, pero no orgulloso. En cuanto al argentino, su condición de cómplice del portugués, con quien indudablemente comparte una determinada forma de hacer las cosas (lo cual, por supuesto, dista mucho de poder ser llamado un estilo y, sin embargo, sí puede ser considerado una filosofía), le impide, al igual que a Luis Enrique, erigirse como su enemigo necesario, el modelo que, por oposición, le confirme. Es posible que, de continuar en Inglaterra, releve o no Guardiola a Pellegrini en el banquillo "citizen", Mourinho termine encontrando su némesis en su destino, en la casa que habite, en el Teatro de los Sueños, en la memoria de esa afición que, apremiada por la falta de resultados, le reclama y que, mucho me temo, más pronto o más tarde, se arrepentirá de haberle dado al mejor de los actores el papel equivocado.

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