En ciclismo hay corredores que hablan mucho y otros que cumplen la palabra. A la Vuelta le cayó la bendición de que Indurain en su día venía a Asturias a preparar sus triunfos en el Tour con el equipo Reynolds y el Banesto. Y, ahora, con el Movistar se le inculcó ese legado a Nairo Quintana para afrontar con ilusión el centenario del Giro de Italia.

Así que el mejor escalador del mundo, que es de cortas y secas palabras porque le gusta demostrar las cosas sobre el asfalto, llegó al Principado mentalizado como buen profesional de que tenía que conocer el Angliru para cuando quiera ganar otra Vuelta a España y también comprobar sus opciones de cara al Giro.

Y no necesitó nada más que ver ayer una subida de 2,5 kilómetros en Carabanzo para lanzar una buena ofensiva. Seguro que tuvo la culpa un veterano curtido en mil batallas y que ya hace once años ganó esta Vuelta, como es el admirable Óscar Sevilla, de aguantarle a rueda para frenar sus ambiciones.

Y no es menos cierto que sin el error en el cruce de Ujo y ver que ya era difícil alcanzar a Roldán y encima quitarle la gloria a un paisano, hubiéramos visto ya a un Nairo buscando el triunfo en Pola de Lena.

Hoy en la subida al Santuario del Acebo, sobre rampas del 16 por ciento de desnivel y 9,5 kilómetros de longitud, se verá de verdad al Quintana ambicioso y de pruebas como hacía Indurain por los puertos de Somiedo y también en este cangués.

Así que el espectáculo está asegurado a poco que su equipo pueda arroparle para controlar fugas y ponerle al pie del Acebo.