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Alejandro Ortea

Varadero de Fomento

Alejandro Ortea

Un cierto desgobierno

Los mandatarios locales mandan lo justo para permitir su propia subsistencia

Ya solamente nos queda por superar la pringue del festival sidrero y las hijuelas en el barrio alto de los Remedios y la Soledad para terminar con la inmensidad del horror ruidoso y el hedor chigrero en las calles y entraremos, por fin, en el mesurado y señorial otoño. Ya no encontraremos por las calles o repantingados en una terraza en medio de la calle a sudorosos sujetos en camiseta de tirantes y bañador como si tal cosa. Volveremos a ser un respetable poblachón cantábrico, con sus cosas y hasta sus pequeñas miserias, pero con su mínimo de dignidad.

Los pijos del regatas o del tenis volverán a sus nidos a frotar sus antenas y dejarán a los honrados ciudadanos las calles, salvo, claro está, el nido que tienen plantado en el ayuntamiento, que de ahí será más difícil la desincrustación, desde donde serán haciendo de las suyas en contra de la mayoría de la gente para su sufrimiento. Se nos dirá que eso curte y puede que sea cierto: había no se qué de sucio o estremecedor el ver en medio del palco del Molinón, este día del empate contra el Madrid, a la caritativa cirujana, feliz como una perdiz y mostrándose sin rebozo ni complejo alguno como si de verdad, y no tan solo nominalmente, fuese alguna clase de primera autoridad.

Este segundo mandato parece ser el de la falta de vergüenza, en donde el abandono de los barrios periféricos o los más desfavorecidos es más flagrante, pero en donde impera el mayor cinismo. Es como si fuera una campaña electoral cotidiana, liberada de las ataduras casquistas es más ella, porque el antiguo prócer cada vez manda menos, puede hacer menos daño y ya casi ni consejos remite, preocupado un poquito -y no mucho- por sus propias cosas de ingeniero caminero como los trenes, por ejemplo.

Que el Piles o el canal del Molino están perdidos, no importa, ya se arreglará, enseguida alguien se ocupará de ello, aunque hayan pasado meses de incuria. Que un barrio como el de Nuevo Roces tiene problemas de accesibilidad, no hay problema, los servicios técnicos están en pleno estudio de las soluciones. Que una tras otra se pierden sentencias de los integrantes de los planes de empleo, tranquilos, para el año que viene ya hay preparada una comisión de estudio. Y así, con cualquiera de los problemas que surgen en nuestro pueblo, esta querida villa marinera.

Un pueblo, este nuestro, que echará de menos a uno de sus vecinos más cabales, Mariano López Santiago, que fuera secretario municipal y que se nos ha ido sin estridencias. Los suyos, a quienes participamos nuestro pesar por la pérdida, le echarán de menos y aquí echaremos en falta sus ponderadas críticas teatrales o sus inteligentes e irónicos apuntes a pie de calle. Sí, con la desaparición del antiguo primer funcionario municipal somos un poco menos Gijón. En su época, comenzaron a dar por la tele los plenos y allí, sentado en la presidencia, a la diestra del entonces alcalde, Álvarez Areces, sin hablar -porque en raras ocasiones se manifestaba, ya que los expedientes llegaban al Pleno bien preparados y visados- proporcionaba la tranquilidad que da el saber que la, en tantas ocasiones, complejidad burocrática estaba perfectamente domeñada.

Se nos van referentes ciudadanos y nos queda un poso de cierto desasosiego, como si estuviéramos embarcados en una nave sin mando, aunque la oposición lo venga avisando. Entraremos en un otoño menos ruidoso y pringoso, pero con una tarea municipal ardua: con seguir que este despegado y minoritario gobierno municipal dé señales de vida más allá que la de figurar en los palcos y ponerse en las fotos para los acontecimientos.

Hay buenos funcionarios, como fue tan excelente el recién desaparecido López Santiago, pero no hay gobierno municipal que pueda recibir tal nombre y que marque las directrices más allá que aquellas exigidas para su propia supervivencia.

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