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In memoriam

Un puñado de agradecimiento

En el adiós a Laureano López Rodríguez, expárroco de San Melchor de El Cerillero

La noticia de su muerte nos produjo una compasiva conmoción. Hace años que esa temida silenciosa enfermedad de la depresión que te arruga, te seca y te vacía, le tenía cautivo y anulado. Le encontrabas alguna vez por la calle sentado en un banco o caminando lentamente y te miraba con aquellos ojos perdidos y mortecinos. Agradecía tu saludo.

Laureano nació en Fresno-Monteana y el pasado abril había cumplido setenta y un años. Después de los correspondientes estudios en el Seminario de Oviedo, fue ordenado sacerdote el 19 de marzo, festividad de San José, de 1974. Además de nativo del lugar, toda su vida sacerdotal estuvo también dedicada al concejo de Gijón, primero en la parroquia de San José, durante cinco años en la que comenzó como diácono, y luego durante unos veinticinco a en la nueva parroquia que se llamó de San Martín del Cerillero, porque en el territorio marcado estaba la capilla de San Martín de Veriña que en un primer momento fue el lugar de culto cuando se disgregó de la de Nuestra Señora de Fátima La Calzada.

Él fue el entusiasta iniciador de la vida de esta parroquia que luego, no sin discrepancias entre los feligreses, cambió de nombre cuando la canonización del misionero dominico asturiano Fray Melchor de Quirós, al adquirir nuevos locales para su ubicación en la urbanización de la barriada. Respetó el patronazgo de San Martín para la antigua capilla de Veriña y promovió con un grupo amplio de feligreses la mutación de nombre por San Melchor para la parroquia. Su propósito era afrontar la construcción de moderno complejo parroquial pero la crisis y otras circunstancias pastorales revocaron su realización. Los primeros tiempos sacerdotales de Laureano estuvieron llenos de dinamismo y creatividad, con especial afinidad para la evangelización y el compromiso de los jóvenes a los que les encomendó diferentes actividades parroquiales que ejercieron con responsabilidad y espíritu apostólico. Ello le llevó a estudiar la carrera de magisterio, juntamente con otros sacerdotes, cuando se abrió la Escuela de la iglesia en los locales del Seminario en Prau-Picón de Oviedo. Y durante años ejerció como profesor de religión en el instituto "Fernández Vallín".

Fue especialmente generoso y caritativo con los pobres. Decir esto de un cura es algo obvio y normal que no llama la atención. Extrañaría lo contrario. En Laureano hay muchas historias que entran bajo el epígrafe evangélico "que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha", aunque no es fácil, a veces, saber ayudar a los que llaman a la puerta.

La fatal enfermedad le fue abatiendo e incapacitando poco a poco. Pero la vocación es difícil de ahogar y extirpar. Costó trabajo convencerle de que era un bien para él dejar las responsabilidades pastorales. Lo hizo con notable resignación.

En la historia de los barrios de esta ciudad de Gijón, como de otras muchas ciudades, tiene que haber en justicia un capítulo dedicado a los curas que, juntamente con los vecinos, trabajaron y lucharon no solamente por mejoras materiales y sociales, sino también por hacer convivencia, por crear lazos de humanidad y fraternidad, por sacar de apuros a muchas familias, por hacer Iglesia que es hacer comunión, por crear y fomentar ambiente de barrio. Laureano mientras pudo y le fue posible lo hizo en El Cerillero. Merece un puñado de agradecimiento.

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