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Otra maldita tarde de domingo

No vuelva usted mañana

Situaciones curiosas que se dan en una librería

Imaginaos entrar en una ferretería y decir "He visto un clavo en vuestra página web, así que lo tenéis seguro. Es de este tamaño, grande y redondo". Imaginaos ir a una frutería y pedir una bolsa para llevar un kilo de manzanas. Imaginaos acudir a Hacienda y gritar "¿Es que nadie atiende aquí?" Imaginaos insultar a un policía si no conoce la calle que buscamos. Imaginaos preguntarle a un taxista qué descuento nos hace por el viaje. Imaginaos entrar en una funeraria y sugerir "En la de enfrente me hacen mejor precio".

Más allá de mi parcela como autor, trabajo en una conocida cadena de librerías (porque de la tinta nadie vive) y son estas situaciones un conflicto típico al que me he ido acostumbrando. Pero lo curioso viene ahora: según un reciente estudio de mercado, el 60% de las personas que entran buscando un libro no necesitan ayuda del librero, por lo que se estudia resumir su figura en una tablet. Pausa dramática. Un poco más... Ahora. Yo no estaría tan seguro. Y siendo consciente de que puedo ser yo el blanco perfecto para un gremio vecino, ahí van situaciones que no entran ni con un clavo en la cabeza: "Busco un libro blanco y negro que salió en un periódico, ayer o anteayer", "¿El ascensor también sube?", "¿Los de bolsillo tienen más historia?", "¿Dónde tenéis revistas pornográficas?" y "Dame un libro que cuente cosas" son cuestiones que, me perdonará el resto de gremios, transmiten un problema de base. Como si un autor se hace pasar por cliente para ver dónde está su libro; como si una pareja pregunta si les puedo cuidar a su niño un rato; como si alguien escruta qué descuento le hago por recibir un mensaje con las patas de una gallina. En una ocasión atendí a un cliente en la entrada y volví para preguntarle si había encontrado el ejemplar que buscaba: pensó que tenía un hermano gemelo. En otra una mujer quería el Corán para "aprenderse una línea, porque así no me matan." Para algunos puedo arreglar una tablet vía telefónica y hay quien pregunta cómo se descarga un "eWok" al ordenador. Esta es la realidad, difícil de asumir. Y es cierto que ha caído la figura del librero, pero los que quedamos en pie andamos sobrados de paciencia (y herramientas), algo que aún desconoce una máquina.

En ciertas ocasiones cambiaríamos el conocido artículo de Larra por un "No vuelva usted mañana" (la idea es de Pablo González -actor, escritor, productor y amigo-, que bien sabe lo que dice), pero todo cesa en el umbral de la salida. El cliente siempre vuelve y pervive el oasis para el diálogo. Como el hombre que me aconsejó sacar a Baricco de "Extranjera" e incluirlo en "Clásicos". O la mujer que cada semana me busca para que le recomiende un libro para su club de lectura. O aquel que te llama por tu nombre. O quien recuerda hablarte con respeto. O quien se despide con cariño. Para siempre, el amor por los libros, el acceso continuo a material velado, la vuelta a casa con el mejor de los cinismos. Y queda para mí, tras mis ocho años de condena, la mejor anécdota que recuerdo. Va por ustedes. Un hombre pregunta dónde está el precio, si se encuentra delante o detrás del volumen. A mi respuesta "Detrás" se vuelve atemorizado, como si alguien disfrazado de 5.95 euros fuera a apuñalarle por la espalda. Pausa dramática. Un poco más... Fin de la jornada. Acta est fabula.

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