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Crítica / Cine

La mujer y la tierra

Como la joven Deméter, la portadora de las estaciones, la Diosa de las cosechas y de los bienes otorgados por la tierra misma, rodeada de mieses doradas y templada por el sol de primavera. Así surge, como por ensalmo, Agyness Deyn, la joven protagonista de Sunset Song en el hermoso plano que abre la película, adaptación del cineasta Terence Davies del clásico literario de Lewis Grassic Gibbon.

Esta vinculación, construida a través de las imágenes impresionistas de la cámara del director de Liverpool, no resulta casual en absoluto. Davies construye su relato centrándose en esta tesis: que el hombre, perdón, la humanidad, lo es tal en tanto comparte esta unión, no explicada científicamente, con el barro que le vio nacer, con el terruño al que pertenece, con los frutos que éste le aporta. Cuidado, no debemos entender este nexo como una propiedad en el sentido legalista del término: el lazo no atañe a títulos de posesión sino al alma misma de quien trabaja, doblado sobre las espigas, y encallece sus manos con los granos de trigo.

Tampoco es casual que sea una mujer, precisamente, la retratada como una Deidad primordial en ese primer plano del film. Este enlace al que nos referimos es especialmente fuerte en el sexo femenino, algo que enlaza con las anteriores obras del autor británico, con un discurso coherente que vertebra su visión: la de que la sensibilidad tiene nombre de mujer, la de que el varón ha perdido ese don primitivo, brutalizado por el alcohol y la violencia. Sunset song es un canto a la naturaleza, sí, pero también es una reivindicación del papel de la mujer en la sociedad, una endecha con acordes de feminismo primordial.

Otro plano, ya avanzada la película, cerraría el círculo narrativo, la metáfora primaria en la que representa a la sociedad y al paisaje. En un pausado y cercano travelling vemos los restos de lo que una vez fue Passchendaele, la fertilidad perdida de los campos de Flandes, las sucias y absurdas trincheras de la I Guerra Mundial. Allí, donde se reunían los druidas, sólo restan los tocones quemados de los antiguos bosques: la tierra ha sido violada, el antiguo vínculo destrozado por las bombas y los gases venenosos. Olvidada nuestra esencia, lo que nos convierte en nosotros, sólo cabe caer en la locura y el olvido.

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