La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Tormenta de ideas

El trío carnavalero

No soporto a los adultos disfrazados, salvo que sea algo muy original

Ustedes, que ya me conocen, saben que el Antroxu no es una de las fiestas en las que disfruto. Lo hacía, y mucho, cuando mis hijos eran pequeños, pero no me digan por qué, quizás un trauma infantil, lo que no soporto es a los adultos disfrazados, salvo que sea algo muy original, hecho con arte y con gracia. No me gusta la transgresión en la que se ofende a los demás o en la que el mal gusto impera en jóvenes y no tan jóvenes. Y este año, va a ser mucho.

Ya no puedo ver la televisión, por si aparece el monstruo de mis pesadillas, así que ni me quiero imaginar lo que será salir a la calle estos días. Me encontraré con miles de clones de él, de Trump, campando por Gijón, disfraz fácil donde los haya, porque no se necesita más que parecer el emperador del mundo, y creérselo por supuesto, sentarlo a ser posible en una dorada cloaca, tan reluciente como las letras que encumbran sus fastuosos edificios, calcarse una peluca dorada como su imperio, y tener el alma tan sucia como su dinero.

Para que el disfraz sea aún más real, se pueden colocar una nariz de Pinocho, aunque solo sea para intentar emular las tropecientas mentiras que va soltando por esa boca, que le convierten en un mentiroso compulsivo, con falsedades tan obvias y pueriles como afirmar que no llovió en su investidura cuando todos vieron cómo los chubasqueros y paraguas se abrían aquel día.

Para que el disfraz sea aún más veraz, los Trumps asturianos pueden ir tuiteando por la calle, escribiendo que en Europa estamos rodeados de yihadistas que atentan todos los días y que encima los periódicos de esa Europa que él denosta, lo silencian en esa teoría conspiratoria que parece ser una de sus obsesiones paranoides en su patológica personalidad.

No, no va a ser difícil el disfraz de Donald, pero para darle mayor credibilidad y que fuera lo más parecido al original, sería apropiado que otro adulto fuera a su lado disfrazado de Putin, dándose besos de rosca al más puro estilo ruso. Ambos echándose piropos (tuits en el caso del americano), y lanzándose frases de amor puro y duro, del tipo de "brillante, muy pintoresco, tiene mucho talento; un líder absoluto", de Putin hacia él, y la maravillosa respuesta del americano: "es un gran honor ser halagado de esa forma por un hombre tan respetado dentro de su país y más allá".

Así que está claro que aquí hay tema. Y es que ambos tienen mucho en común, son prepotentes, presentan un claro trastorno narcisista, tienen el mismo desprecio por la vida de los demás y la misma actitud machista que ha hecho a Putin declarar sin despeinarse, ante unas afirmaciones que situaban al rubio yankee con prostitutas rusas: "No creo que Trump estuviera con prostitutas rusas, aunque son las mejores del mundo", así como suena, quedándose tan ancho, mientras juega a la guerra en el tablero del mundo.

Y ya para que el disfraz sea todo un éxito total, yo añadiría un tercer personaje. Otro adulto se tendría que disfrazar de Le Pen... Y los tres podrían sostener en su mano la bola del mundo, mientras la sacuden para erradicar de su superficie a quienes molestan, para eliminar con bombas o muros a todos aquellos que no entren dentro de su maquiavélico plan de gobierno. Nosotros viviremos el Antroxu con él por las calles, pero el pueblo americano tiene al original, a quien, por mucho que lo intentemos, nadie jamás podrá igualar. Que Dios les proteja.

Compartir el artículo

stats