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Carta al amigo ausente

Viaje sin pasaporte

Una aplicación de los dichos tradicionales de la tauromaquia a la realidad política del país

Ha sido un verano largo, tranquilo, seco y caluroso en Castilla. Nada que ver con aquellos de nuestra niñez, cuando correteábamos por las calles de tierra y barro del pueblo, sin internet ni móviles ni juguetes electrónicos, pero con la ilusión puesta en nuestra propia imaginación, que nos permitía desplazarnos a un mundo irreal lleno de acontecimientos fantásticos, que nos alienaban y entretenían en las largas tardes estivales.

Mucho cambia todo, o son los años que vamos cumpliendo los que así nos lo hacen ver. Siempre ha habido motivos entre generaciones que han provocado inquietudes. Si recordamos nuestra época de niños y jovenzuelos, se nos va el pensamiento a la rebeldía que mostrábamos a nuestros mayores por la música, los pantalones campana, las minifaldas de las jovencitas, los guateques y un sinfín de motivos que nos hacían estar en otra orbita de quienes velaban por nuestro futuro, eso sin meternos en otros asuntos filosóficos y de rebeldía que a veces nos situaban al otro lado del lago para quienes nos observaban.

Hablar entre nosotros y dejar constancia de nuestra realidad en escritos de amistad nos lleva a descargar nuestras inquietudes en forma de confesiones, que sin duda alguna nos acercan más a la amistad que nos profesamos. Hoy, como no podía ser de otra forma, tenemos que hablar de nuestra querida España. Me preguntabas a qué se debe la causa de esta sinrazón. Voy a ser muy breve y así no suelto cuanto en mis entrañas hay enquistado por esta situación irracional.

Verás: culpo y pongo la raíz de todo ello, aunque pueda parecerte casi una broma, en el odio y el rechazo que se ha puesto en España a los toros; especialmente en el obrar y sentir de los políticos de nuevo cuño. No me preocuparía si con ello se vislumbrase el amor al propio toro, lo cual es muy digno y respetable, si realmente éste fuese su vínculo de rechazo. Pero mucho me temo que no es el fondo del asunto el desprecio al que me refiero. En la trastienda sin duda está el odio a lo español, a las tradiciones, a la destrucción de la propia cultura de España, al propio símbolo del toro que se asocia con el mapa de nuestra nación, al ambiente de los colores con que se adornan los cosos, y lo que es peor, con ello se está excluyendo la literatura natural que el argot taurino utiliza, tan pura y española como su propia sangre, y por ende no se hace uso de sus significados tan ricos y amplios en definición y representación de lo que se quiere expresar.

Por eso no es de extrañar que nuestros políticos no sepan digerir frases en su parlamento ni consideren cuánto las mismas significan para ponerlas en práctica en su ligero obrar, en contraposición al uso que de ellas y su respeto a las mismas tienen quienes con su profesión las tienen presentes para obtener de ellas sus aciertos y o consecuencias.

Otro gallo cantaría si los políticos hiciesen uso de tan amplio y poderoso ingenio de la cultura de la tauromaquia. Quizá entonces tendrían presente que "no es lo mismo torear que ver los toros desde la barrera"; que cada acción u omisión que practican tiene sus consecuencias, pues "hasta el rabo todo es toro"; que a veces es necesario "coger el toro por los cuernos"; que hay que tener mucho cuidado con el "acoso y derribo"; que cuando se trata por igual a distintos colectivos tienen que tener en cuenta que "cada toro tiene su lidia"; que cuando no trabajan lo suficiente y abandonan el cometido para el que han sido elegidos tengan en cuenta que " más cornás da el hambre"; que tengan previsto que alguna vez pueden "pinchar en hueso"; que si no están ágiles en sus reacciones "les puede coger el toro"; que en cualquier descuido pueden " recibir un revolcón" y entonces sentirán "vergüenza torera" y que siempre, para hacer una buena faena, deben "parar, templar y mandar".

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