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Otra maldita tarde de domingo

¿Culpables por leer a Hitler?

Sobre los recientes casos de acoso sexual y agresiones destapados en el mundo del espectáculo y sus consecuencias sociales

La tragedia es el tiempo que transcurre desde un hecho 'a priori' antinatural hasta el juicio objetivo del asunto. Hace unos meses los diarios argentinos descubrían una terrible noticia: el abuso de diez menores a una niña de quince años. Algo, a todas luces, terrible. No existe en el mundo descripción alguna para aquello que no le pertenece, como si la vida nos dañara de tal manera que no parece ser la vida que creíamos. Lo peor es que no es la última -ni la más reciente- noticia sobre este hecho. Pero entrados en materia, imaginemos cómo pasan los años, cómo uno de estos adolescentes crece, se desarrolla intelectualmente y escribe, bajo pseudónimo, la novela que copa las librerías veinte años después. Una novela sorprendente, que descubre algo en nosotros mismos, que nos cuestiona, premiada por crítica y público. Uno de esos 'bestsellers' que no hacen justicia a su nombre. Y se descubre al autor. ¿Qué haríamos? ¿Dejaríamos de leer esa novela? ¿Qué hacemos con los excelentes minutos de ocio que nos ha regalado? Es aquí donde aparece la batalla del hombre frente al hombre.

Contamos con varios ejemplos: Kevin Spacey se retira de los escenarios tras las recientes denuncias por acoso sexual; Louis C.K. abandona cine y series de televisión por haberse masturbado 'off-camera' frente a sus seguidoras; John Lasseter, cofundador de Pixar, desaparece tras propasarse con su personal; Dustin Hoffman, Brett Ratner, James Toback... Todos estos reconocidos profesionales se encuentran justamente censurados por su conducta personal. Nadie quiere saber de ellos. Y sus carreras han terminado, al menos temporalmente. Pero ocurre que en marzo de 2018 el espectador podrá ver 'Basada en hechos reales', la última película de Roman Polanski, un director que, recordemos, lleva cuatro denuncias por acoso a menores y reconoció, a finales de la década de los setenta, haber drogado y abusado de Samantha Geimer, de 13 años de edad. Aún no puede regresar a Estados Unidos. Pero ha conseguido un Óscar, dos Globos de oro y ocho César, es el presidente del jurado del Festival de Cannes y resulta innegable su contribución a la historia del cine. Así pues, ¿dónde se encuentra el límite para nuestro juicio?

Recientemente discutía con un buen amigo sobre este tema, y resolvía mi acompañante que un creador, sea de la parcela que sea, debe encontrar una sintonía entre el beneficio de su arte y su exposición ante el público. Debe ser un referente en todos los sentidos. Que una institución pública juzgue con anterioridad su vida privada, cuando está a punto de ser invitado para una charla o una exposición. La duda llega al revisar la historia, cuando los nombres que erraron en el plano personal son rescatados en nuestro presente por su obra. Se publica a quienes mataron. Se reconoce a quien agredió. Y con todo, ¿debe el autor pagar por sus excesos como ciudadano o se trataría de mundos paralelos? ¿Podemos leer con idéntico juicio a quien mató a nuestra familia durante una guerra? ¿O nos convertimos en injustos por asepsia cuando se trata del dolor en otro tiempo? ¿Somos culpables, en definitiva, por leer a Hitler?

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