La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Un mal día

Ante la muerte de José Luis Díaz, guía de la casa natal del Marqués de Sargadelos

El prado que aparecía al otro lado de la mesa del desayuno ya era Galicia. La paz prevista en aquel fin de semana de turismo rural estaba funcionando muy bien, como siempre ocurría en Los Oscos. El plan era acercarnos a Santalla, la capital del concejo. Alguien apuntó la idea de meter la nariz en un pequeño museo de un pueblo cercano, del que habíamos visto la indicación en la carretera al pasar. Decían que era la casa natal del Marqués de Sargadelos, el de la loza famosa. Yo hubiese preferido caminar algo, no me llamaba volver a ver más de lo mismo, una supervivienda con cuadros de tipos de época colgados de las paredes, un piano, algunas cartas manuscritas -por supuesto, falsas-, la cama con baldaquino del ilustre prócer, y un guía monótono soltando el mítin de carretilla. Pero con la familia por lo menos hay que llevarse bien y acepté estropear una hora de aquella mañana soleyera.

El lugar se llamaba Ferreirela de Baxo; tenía cinco casas tradicionales, estaba bien cuidado, y una de ellas era la visitable. A la puerta había un tipo más bien tirando a ruinucu, con gafas y mirada de listo. Era el guía. Nos pidió que esperásemos unos minutos por otras personas que estaban al llegar, y lo hizo de forma educada, como corresponde a la gente de la zona. Mientras tanto, habló un poco con nosotros. No parecía un guía normal, conocía los misterios del clima y el porqué de la inclinación de las techumbres, y cómo la función clorofílica de la hierba potenciaba el blanqueo de las sábanas cuando se extendían en el prado. Tenía una voz clara y ágil, y no recitaba sino que contaba. Como si fuese la primera vez.

Aquello fue el inicio de una mañana inolvidable que acabó a las cuatro de la tarde, pero si no hubiese sido por el hambre nadie se hubiese movido de su lado, sentados en la llariega embobados, llenándonos como esponjas de una maravillosa información precisa y entendible. En aquella casa museo no había óleos de nobles con levitas ni mesas de despacho con grandes plumas de ganso en tinteros de plata, sino algo infinitamente más valioso: el mejor guía conocido, un verdadero Flautista de Hamelín que enseñaba historia, etnografía y filosofía como nadie. Se llamaba José Luis Díaz, era autodidacta, y regalaba su inmensa cultura y formación a los afortunados visitantes.

Llevo años ligado a Los Oscos, la tierra mágica, y siempre intento arrastrar a amigos para que descubran esa Asturias asombrosa y sus gentes buenas y solidarias, como se era antes. Y todos los visitantes, sin excepción, vuelven a sus casas enamorados de un lugar así. Pues bien, en todas esas ocasiones fue obligada la visita a Ferreirela de Baxo. Porque yo sabía que si los llevaba a escuchar a José Luis el éxito estaba asegurado. Y así era. Salían de la Casa del Marqués de Sargadelos con la información más completa, bien escuchada y mejor entendida sobre la realidad de la vida campesina en una Asturias de no hace tanto. Toda una lección de historia y del arte de enseñar. Un lujo de profesor. Otros hablarán de su solidaridad con los necesitados, de su lucha contra la injusticia, de su bonhomía; las otras caras de su grandeza como hombre. Todo irá saliendo.

José Luis ha muerto. Todos nos morimos, es cierto, pero Asturias no está para perder personas así. Un mal día.

Compartir el artículo

stats