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El teléfono de la sábana

Los viejos sistemas de comunicación rural ante la invasión de los móviles

Era el día de mercado en la villa cuando las familias de los pueblos se ponían de acuerdo para ayudarse en las faenas de sallar el maíz, recoger las patatas o segar el trigo. Duro trabajo que precisaba de la máxima ayuda. Pero todo dependía de si hacía buen tiempo.

-La víspera ponéis marco en la huerta y vamos todos los que podamos. El nuestro maíz aguanta hasta San Pedro.

Ante una indicación de las ordenanzas maternas o paternas había que ir al armario de la ropa vieja y escoger una sábana que no estuviese muy deteriorada. Y prendido por cuatro piedras, una en cada esquina, se extendía el trapo blanco e inmaculado en lo alto de la huerta para que la familia, desde el otro pueblo, recibiese el aviso de que al día siguiente tocaba sallar el maíz. Con eso bastaba. Teléfono sin cables ni postes y por supuesto, sin factura a finales de mes.

Allá por el inicio de la década de los cincuenta llegó el teléfono de verdad. Y pusieron en cada parroquia una cabina con un aparato negro de rabil. Conectaba con la centralita de la villa y de allí pues mundo adelante. Para hacer una llamada desde los pueblos que no eran parroquia pues cogías el caballo y en dos trotes -de ida y de vuelta- te plantabas en la casa donde estaba el locutorio, le dabas al rabil, hablabas si no había avería, pagabas y santas pascuas.

Años después ya hubo teléfono a domicilio en todos los pueblos, con o sin hilos y postes ya que el invento se fue perfeccionando y llegó a funcionar mediante antenas colocadas en lo alto de los montes. El siguiente y por ahora último salto llegó con la actual invasión de los móviles que ya no te dejan ni dormir la siesta si es que no te acuerdas de darle al botón de apagado. Pasamos de la sábana a guasapear -o como se diga, que uno es muy antiguo- en cuatro días como quien dice y se perdió hasta aquella hermosa costumbre de escribir cartas a la novia, a los amigos y a los familiares que tienes en la Argentina. Los carteros rurales ahora no acarrean más que cartas de los bancos. El teléfono de la sábana era tan sencillo y a la vez tan perfecto y económico que tuvo larga vida. Tenía una gran ventaja sobre los ultramodernos móviles: Te dejaba dormir la siesta. ¡Qué felicidad!

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