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Psicóloga y logopeda

Afrontar los trastornos de adaptación

La necesidad de atender en su momento y como es debido los problemas de la infancia

Los trastornos de adaptación se originan en la primera infancia. Si bien los problemas de adaptación dan la alarma en los comienzos de la vida escolar, éstos ya se han manifestado en el entorno familiar y en los parques infantiles con ocasión de juegos en compañía de otros críos de la misma edad. Cuando los padres preocupados, por sospechar que hay algo que no funciona, acuden al especialista, se sorprenden al comprobar que su hijo es diagnosticado de neurosis infantil o psicosis.

Su primera manifestación se presenta con síntomas psicosomáticos. Trastornos digestivos, interrupción del sueño y otros síntomas indican la presencia de un sufrimiento anímico en el niño. Sin embargo, el más sobresaliente y estrechamente relacionado con este sufrimiento es la apatía o, incluso, indiferencia general. Aparecerá cierto retraso en la motricidad y, sobre todo, en el lenguaje, lo que limita al niño para una comunicación adecuada con su mundo. La trascendencia de estos síntomas es desconocida por los padres, quienes los consideran como rasgos propios de la edad y esperan que, una vez lleguen a los cinco años y con la incorporación al sistema educativo, aquéllos desaparecerán. Lo que ignoran los padres es que el retraso del lenguaje, así como los problemas de convivencia con los miembros de la familia y con otros niños, en la medida que no se abordan en la forma y medida que debe hacerse, van prefigurando una personalidad psicosocial perturbada.

¿Dónde está el punto de partida de esta perturbación psicosocial? Sin poner en cuestión el amor verdadero de los padres por su hijo, sucede que ignoran la complejidad psíquica del niño y lo susceptible que él es al comportamiento de ellos. Hay padres que, por ignorancia o por indiferencia, no alcanzan a percibir que el hijo necesita de ellos la seguridad de unos brazos y un pecho que le acojan, que se dirijan a él con habla cálida, así como la alegría del juego compartido. Cuando por desconocimiento no se entiende las necesidades del hijo, cuando por indiferencia no se atiende a los síntomas, se está fomentando la desconfianza del niño en los padres, en los adultos, en el mundo que le rodea y, lo que es más grave, la falta de seguridad en sí mismo y, con el tiempo, el desapego por la vida. Estas necesidades no satisfechas y los síntomas no atendidos debidamente, una vez llegada la edad de ingresar en el sistema educativo, van a representar una rémora en su vida social con los compañeros. Por la falta de atención debida, el hijo será un niño inseguro y no disfrutará en las actividades compartidas con el grupo y, en la medida que vaya cumpliendo años, las perturbaciones de personalidad se dejarán notar con más intensidad.

El hecho es que no siempre estos críos son atendidos en su momento y como es debido, sino cuando los síntomas y los efectos de las carencias mencionadas han alcanzado tal grado de gravedad que provocan el rechazo de iguales y mayores. Dramáticamente, se ha tenido que llegar a esta situación, cuando el daño ha alcanzado tamaña dimensión, para que el niño sea atendido, esta vez, por mirada experta. Esto, en el mejor de los casos. Hay niños cuyo paso por el sistema educativo tiene lugar sin la atención experta requerida. La falta de atención adecuada, día a día, ahonda más la fosa del fracaso escolar y al joven le da un impulso más para que se abisme en la segregación social. Aquello y esto, el bajo rendimiento escolar y la marginación, son los componentes de la subestima, humus donde germinará el odio y el resentimiento.

En el tratamiento de numerosos casos de niños con trastornos de adaptación se ha podido constatar que lo subyacente al drama infantil no siempre es la falta de amor de los padres por el hijo, sino desconocimiento para entender y atender debidamente las necesidades que el joven, por las limitaciones propias de la corta edad, no sabe expresar. Hay padres atentos y vigilantes con la evolución personal del hijo; padres en quienes, al observar síntomas y rasgos de conducta poco apropiados, se despierta la alarma, acuden al asesoramiento experto para aprender a conocer la naturaleza de las reacciones y poder ayudar a su hijo alcanzar la seguridad y la autonomía personales. Los hay quienes esperan encontrar la solución al problema del hijo en libros de divulgación de 'cómo ser feliz' y similares o en las páginas de consulta de revistas del corazón. Ignoran estos padres la compleja naturaleza de la realidad anímico-afectiva del niño y, al mismo tiempo, pecan de inocentes, al creer que van a encontrar la solución ad hoc en semejantes recetarios. También, los hay quienes les ha llegado muy pronto una paternidad no buscada. Jóvenes -muy jóvenes- no alcanzan a asumir el compromiso vital y la responsabilidad moral con el ser total y absolutamente dependiente de ellos, a quien no le han pedido su consentimiento para ser o no ser, ni para elegir a sus padres. En su inmadurez, se ven sobrepasados por lo que consideran una limitación a sus propias vidas y se niegan a dejar atrás la ensenada de "Nunca Jamás" y, en la medida que pueden, delegan esta responsabilidad en las abuelas o en terceros cuya sangre no es la misma que lleva el niño. Finalmente, hay padres, a su vez hijos del silencio, quienes sufrieron también en silencio la incomprensión de los suyos e inconscientemente proyectan en el hijo lo que a ellos les tocó vivir.

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