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Al norte del paralelo 43

Madrid

El curioso viaje de un ovetense a la capital para "airear"

Decidió una escapadina a Madrid, a airear. Orbayaba cuando su hija lo acercó a la Estación del Norte. Aún era de noche y desde el vestíbulo se veía la luz de las farolas de Uría reflejada en el asfalto. Iban llegando los viajeros, casi todos jóvenes, ellas modernas y monísimas tirando por su trole, ellos un poco más clásicos en el vestir, algún matrimonio de edad riñendo un poco.

Compró LA NUEVA ESPAÑA.

Pasó el mostrador del Alvia. A las dos azafatas les sentaba bien el foulard.

El tren entró despacio, con el foco blanco en la frente, allá arriba, y su morro de pato, llenando el andén con el ruido tamizado de los motores.

No pudo disfrutar de los montes otoñales de Pajares porque no había amanecido. La luz comenzó a aparecer en Busdongo.

En León vio unas bodegas que le recordaron los veranos en Castilla de los asturianos que iban a secar encharcándose en aquellas cuevas con el vino fresco de prieto picudo.

LA NUEVA ESPAÑA le duró hasta un poco antes de Palencia.

En la cafetería pidió un café, y observó la llanura. Castilla era muy guapa vista desde el ventanal del tren. El zumbido en el oído y la desaparición del paisaje le desveló que ya estaban en el tunelón de Segovia. De allí a Madrid fue un momento.

En Chamartín tiró de metro, hasta Sol. Se alojó en el hotel de siempre, allí cerca, porque el dueño era de Cangas del Narcea. Siempre charlaban un poco de Asturias. Deshizo la bolsa de viaje, llamó a su hija para enterarse del día que hacía en Oviedo, y decidió acercarse a "Casa Mingo" a comer, que para eso era asturiano. Cruzó la plaza de Oriente donde saludó a la estatua del Rey Pelayo, bajó por el Campo del Moro, murmurando que Letizia tenía que vivir en el Palacio, y no en un chalet, por curiosu que fuera.

Comió fabada y bebió sidra asgaya. Volvió en taxi al hotel, y cargó baterías con un buen pigazu. "Nuevu, chapa y pintura", dijo al despertar.

Se acercó a la iglesia de San Ginés, a rezar un poco a Pilina Cimadevilla, familiar lejana en proceso de canonización. Él, creer, nada de nada, pero la Santina y la prima, eso era sagrado. Paseó después hasta la plaza de La Cebada, donde ajusticiaron a Riego. "Estos de Tineo?", murmuró.

Fue a "El Ñeru" a cenar; eran de Cangas de Onís. En la fachada se leía "Famoso en el mundo entero". Así de sencillo. Pidió cabrales, callos y sidra. Cayó en la cama como una piedra. Despertó a las nueve. Ducha, desayuno y de cabeza a la Puerta del Sol a por LA NUEVA ESPAÑA. Se sentó en un café a leerla; había que estar informado, no convenía desvincularse de la tierra. El periódico venía muy jugoso. No dejó nada. Miró el reloj, las doce.

Se acercó al Centro Asturiano a beber una de sidra. Estaba cerrado. Tiró para el restaurante Naviego, en la calle Mayor. El culete le supo a gloria. Casi era hora de comer. Tenían un chuletero de Asturiana de Los Valles de caer de espalda. A por él.

El Alvia para Oviedo salía a las seis. Mejor acercarse. Metro hasta Chamartín. El tren arrancó en hora. La película, como siempre, una americanada. Ni caso. Sacó de la bolsa "José", de Palacio Valdés. Leyó algo, dormitó otro poco, tomó un café bajando Pajares.

-"Entrando en agujas", se dijo cuando oyó lo de "Próxima estación, Oviedo".

-"¿Qué tal el viaje?", le preguntó su hija.

-"Muy bien, ho; Madrid ye mucho?".

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