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Las crónicas de Bradomín

De guante blanco

Una estafa fraguada en los locales de moda de Oviedo

Era una calurosa tarde de un domingo de verano. Tenía entrada para el cine Ayala, faltaba casi una hora y para hacer tiempo decidí meterme en la cafetería King Road, en Cervantes, a tomar una cerveza. No más de media docena de clientes. Sentado en la barra encontré a J. Pablo Riaño, conocido mío y uno de los dueños (eran diez, "el café de Ordás y nueve más"). Charlamos breves minutos, los mismos que a unos metros llevaba un tipo sin quitarnos el ojo. No pasaría de los cuarenta. La singular vestimenta no lo hacía pasar inadvertido: chaleco de seda negro salpicado de brocados plateados sobre una camisa de color fucsia y pantalones de terciopelo en tono oscuro. Una vez quedé solo me hizo una seña, se levantó y vino a mi encuentro. "Perdona que te aborde de esta manera", se disculpó. "¿Nos conocemos?", pregunté. "Supongo... que no, pero tengo interés en hablar contigo", replicó. "Dispongo de poco tiempo", subrayé. "¿El tiempo que se tarda en tomar un café?", terció. La intriga pudo más que mis dudas y acepté.

"Voy a ser muy directo, llevo algo más de un mes en la ciudad preparando un proyecto pionero para la firma con la que colaboro", dijo. De la cartera sacó una tarjeta de visita de color gris: Richard Dufourt. Collaborateur Chez Chanel. 75008-París. "¿Quién es?", pregunté. "Yo" -dijo muy seguro, para continuar-, "me llamo Ricardo, llevo quince años trabajando en París, ¿acaso crees que con mi nombre de pila hubiese tenido éxito en este negocio?". Sentí la necesidad de quitármelo de encima. "¿Qué es lo que pretendes de mí?", solté displicente. "Pasa por mi oficina", dijo, escribiendo en la tarjeta la dirección.

A partir de aquel día comencé a verlo a diario. Encorbatado y enfundado en trajes de calidad. Conversando tenía un discurso ameno, convincente y gran empatía, lo que le hacía ganar amistades con facilidad. Por las mañanas en La Mallorquina en compañía de gente conocida del comercio local. En Ronda con directores de bancos, abogados, promotores, arquitectos, etcétera. En La Paloma a la hora del vermú. Una noche lo encontré en Logos, estaba algo contento y me invitó a cenar, allí me contó que estaba a punto de rematar el proyecto.

Poco tiempo después dejó de ser habitual en los sitios que frecuentaba. Nadie sabía de él. Aquello que desde el principio daba un tufillo comenzaba a apestar. Un día coincidí con el periodista Luis Alberto Cepeda, habitual en La Mallorquina, con el que me unía algo más que amistad, lo que aproveché para preguntarle al respecto. "Muchacho, es un caso que va a dar juego durante mucho tiempo", dijo atemperando la voz. Desenlace: el collaborateur había abierto tres cuentas en tres bancos a nombre de una sociedad limitada inactiva, en donde los futuros franquiciados de "La Galerie Complète de Marque" deberían depositar una garantía bancaria por una determinada cantidad como señal; a cambio recibían un pagaré por el mismo importe pagadero en el caso de que la iniciativa no llegara a buen fin. Diecinueve aspirantes mordieron el anzuelo. Añadiendo innumerables joyas, cuadros y otras compras realizadas con talones diferidos aún no vencidos, el fraude superaba los tres millones de pesetas. "Brado", remató con sorna Luis Alberto, "en esta ciudad siempre hubo gente empeñada en recibir al desconocido con guirnaldas".

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