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La mar de Oviedo

Excrementado

No son los perros mis mejores amigos, tampoco los peores; pocos perros se atravesaron en mi vida; dos dóberman quisieron devorarme una madrugada de noviembre del año 1986 en el Camino de Santiago, en la larguísima y tormentosa etapa entre Carrión de los Condes y Sahagún, sin atender a razones. Los irracionales no figuran en mi agenda, al contrario, suelo tacharlos; soy racista. Incluso la raza humana me decepciona a veces, prefiero la divina. Pues bien, en el Paseo de Valdeflora, una amiga, una homo sapiens (o mujer habilis) me pidió que le sujetara el perro mientras iba en una carrera al coche donde había olvidado las bolsitas para la caca, por si el animal hacía de cuerpo, y en cuanto quedamos solos al bóxer le sobrevino un retortijón y obró. Y allí me tienes, peregrino de Villamejil y monaguillo de San Francisco, a la espera de los refuerzos para levantar el gran cerote.

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