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Pandemia cervantina

Buen cierre para el ciclo Cervantes & Shakespeare con un alegre festín. En este año en el que proliferan los homenajes, Ron Lalá sigue en su línea de actualización de los clásicos con la que lleva casi dos décadas cautivando a crítica y público. En esta ocasión le toca al genio de las letras castellanas, que trufado con canciones, bromas y mucha música y buen humor llega al espectador como nunca lo hizo. Los ronlaleros ya tienen el molde y sobre él van construyendo espectáculos que se ajustan a una dinámica fija, resultona y exitosa, con la que incluso irrumpieron en el Congreso de los Diputados, cual tunos en una boda, para conmemorar el IV Centenario. Porque algo de tunantes tienen estos excelentes intérpretes que con sus rondallas y coplillas amenizan con éxito clamoroso la obra y grandeza de Cervantes.

El espectáculo tiene un arranque brillante, a buen ritmo, una inyección de alegría y optimismo contagioso plagado de referencias culturales. Quizá el cuadro más original es el del comienzo, un recorrido por la vida de Cervantes, que se ve enfrentado a una musa con aires de drag queen y tocado de pluma (grande Íñigo Echevarría) que nos recuerda al Jerjes de la película 300. El grueso del espectáculo lo componen fragmentos de "El viejo celoso", "La gitanilla", "El hospital de los podridos" y "Rinconete y Cortadillo", condimentados con mucho arte, chanzas y alusiones a nuestra realidad, que entran como anacronismos reveladores, muy oportunos y descacharrantes, para evidenciar la actualidad de Cervantes. La música es la salsa que engrasa todo el encadenado, el riego sanguíneo jaranero que se le transfiere al espectador. Porque una de las cualidades que evidencian los actores es que se lo pasan bien haciendo que el público se lo pase mejor. El vestuario, muy singular, parece diseñado por Francisco Nieva. Excelentes son todos los cuadros, pero me quedo con el de "La gitanilla", que es donde mejor se cruza el acento racial, la libertad, el amor y el juego del azar. Se elude el "Quijote" para centrarse en estas otras obras en las que la picaresca, la oralidad, el poder de la palabra, el cuentecillo y la teatralidad de esa literatura brilla en todo su esplendor. La pieza se cierra con "El viaje del Parnaso", la entrada por fin de Cervantes en la morada de los dioses y su encuentro con Apolo, donde se ve acompañado por Shakespeare, Lorca, Wilde, Virginia Woolf, Borges, etc., que bajan desde la tramoya colgados de una nube.

Destaca la interpretación de Rovalher como una candorosa Constanza, que no cae en lo grotesco, y de Juan Cañas, un delirante Monipodio convertido en un buda gitano con cadena y abrigo de piel, que sentado en su trono con guitarra se despacha a gusto. En "El hospital de los podridos" un comité de médicos con cuervo al hombro, tipo José Luis Moreno y su Rockefeller, consiguen una catarsis colectiva en la que el público corea las causas de su "pudrición". Y finalizan declarándonos infectados por la pandemia de la "Cervantina", cuyos síntomas son los ataques de cordura y erupciones de cultura.

Divulgativa y apologética con la obra de Cervantes, estamos ante un alegato optimista que hace fácil lo difícil y transmite un regusto agradable debido al buen rollo que saben comunicar. El público responde muy bien a este tipo de espectáculo con música en directo, que ejecutan de forma sobresaliente los propios actores con guitarras y percusión. Y así lo demostró un teatro abarrotado y puesto en pie.

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