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La Gesta, un nombre que debe mantenerse

Ante la polémica por la aplicación de la ley de Memoria Histórica

El nombre de la plaza de la Gesta de Oviedo debe mantenerse si se aplica con rigor la ley de Memoria Histórica del 25 de diciembre de 2007; una ley que contiene un párrafo tan claro como el que dice: "... por la que se reconocen y amplia derechos y se establecen medidas a favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la dictadura".

Y violencia fue lo que sufrió de manera indiscriminada una población civil encerrada en el Oviedo cercado, habitado por personas de distintas ideologías, entre las que se encontraban, mayoritariamente, nacionalistas y republicanos. Sus descendientes, que la inmensa mayoría hemos nacido después de terminada aquella desgraciada contienda, tenemos la esperanza de que se pueda cumplir el hermoso y alentador párrafo que expone en la exposición de motivos de la ley, en donde justifica su creación: "El espíritu de reconciliación y concordia, y el respeto al pluralismo y a la defensa pacífica a todas las ideas, que guió la Transición, nos permitió dotarnos de una Constitución, la de 1978, que tradujo jurídicamente esa voluntad de reencuentro de los españoles, articulando un estado social y democrático de derecho con clara vocación integradora".

Es evidente que fue el pueblo de Oviedo el que sufrió la "violencia durante la Guerra Civil", que señala la citada ley, al ser cercado, cañoneado y bombardeado, malviviendo en los refugios habilitados en sótanos, privado de los medios más elementales de supervivencia: higiene, alimentos o medicinas. Era un pueblo formado por personas de diversas ideologías, al que los atacantes castigaron sin piedad, haciéndoles sufrir al privarles de agua con lo que se tuvieron que habilitar los antiguos pozos como fatal recurso de supervivencia; fatal porque aquella agua, al estar contaminada, generó una terrible epidemia de tifus. Un Oviedo martirizado que incluso tuvo que suspender el anuncio del reparto de agua que se hacía con camionetas-aljibes, porque a la indicación de los lugares de reparto respondía la artillería republicana con un fuego certero y mortífero para las mujeres y los niños que estaban en las colas.

Es posible que lo sucedido entonces en el Oviedo que resultó "invicto" haya sido magnificado por los vencedores, como lo hacen los ganadores de todas las guerras, y que, también, la eficaz y sorprendente defensa de aquellos militares de profesión y los civiles militarizados incorporados como fuerza improvisada en la defensa de la ciudad, pudiesen pasar a la historia como ejemplo de heroísmo y todo lo que se quiera decir al respecto, pero eso no quita para que las consecuencias del sitio y asedio de Oviedo dejase de ser un tremendo sufrimiento para los que entonces habitaban la capital asturiana, pensasen en política como pensasen.

Soy de los que creen que la historia de lo sucedido en Oviedo en aquellos meses del sitio y asedio no fue contado con el debido rigor. Las circunstancias mandaban y la censura cuidaba que no se produjeran "desviaciones ideológicas". Basta con leer los diarios manuscritos escritos por algunos ovetenses que vivieron aquella violencia bélica. Son textos que tienen la frescura del relato inmediato de lo que sucede en el momento. Como el de aquel ingeniero que vivía en un tercer piso y explica cómo, al inicio del habitual cañoneo vespertino, cumple la cautela de meterse debajo de la cama, como otras veces; pero aquel atardecer del 21 de febrero de 1937, pasados los veinte minutos de rigor, la violencia del fuego no cesa, al contrario, se incrementa. Baja a la calle a indagar y se encuentra con un movimiento inusual de camiones que transportan tropa que va a taponar brechas en los lugares donde el ataque resultaba más virulento. Acababa de empezar la terrible ofensiva, una más, de las que sufrió la ciudad y pueblo de Oviedo.

En otros diarios, guardando con fidelidad el testimonio de lo que observa el testigo de manera directa, se explica la falta de entusiasmo popular cuando se rompió el cerco en octubre de 1936: lo justifica por el temor que suscitaba la inseguridad de la situación, porque no estaba tan clara la liberación como anunciaban las fuentes oficiales. O la crítica plasmada en otros escritos donde se duda de la buena fe de Franco en liberar Oviedo, prefiriendo abrir el Frente Norte, por Bilbao y no por Oviedo, como había prometido. Más aún, la decepción fue tremenda cuando hay noticias de la eliminación del campo de aterrizaje de Navia y el traslado de los aviones a León, privando a Oviedo de un elemento bélico muy eficaz y directo en la lucha contra los atacantes republicanos.

Crítica que aparece en otros diarios personales, en los que se refunfuña contra Aranda y su promesa de julio de 1936, cuando sostenía que la limpieza de rojos en Asturias sería casi inmediata porque estaba prevista la llegada de importantes contingentes de militares en apoyo de la guarnición de Oviedo. La triste realidad fue que no hubo tan rápida liberación y la capital asturiana, por lo pronto, tuvo que sufrir un terrible cerco de tres meses de duración. Hay diarios íntimos que recogen curiosas peticiones de los obreros que también están encerrados en la capital, sin posibilidad de salir de la ciudad y sufriendo las consecuencias de los cañoneos. Como vecinos de la zona del Postigo que, utilizando los sorprendentes medios que tienen para enlazar con sus compañeros atacantes, de la misma ideología política y sindical, les piden que dejen de cañonear con las baterías de Buenavista la Fábrica de Gas porque los proyectiles, muchos de ellos, pasan por encima de la factoría de la calle del Paraíso para caer sobre el caserío del Postigo ocasionando una cruel mortandad entre la clase trabajadora que habita aquellos modestos edificios.

Es evidente que estos inquilinos, que eran ovetenses de la clase humilde trabajadora, también sufrieron la violencia de la guerra. Su sacrificio, durante los meses de la contienda, puede considerarse como gesta o heroicidad, bien es cierto que a la fuerza, pero heroicidad, a fin de cuentas.

Pero hay más. El 21 de febrero de 1937, Ladreda, el mando militar republicano que dirigía la fuerza atacante en la zona del Campo de Maniobras, pide a su superior que ordene un fuerte cañoneo sobre el centro de Oviedo y el hospital provincial de Llamaquique. En su petición explica que el desconcierto que produciría en los defensores semejante ataque facilitaría el éxito de un avance desde el Campo de Maniobras superando el hasta entonces inasequible paredón de piedra que taponaba el paso desde el Campo de Maniobras hacia el centro de Oviedo, porque ni en el Campo San Francisco ni en la calle Uría había elementos defensivos que les frenase, con lo que el ataque y conquista del cuartel de Santa Clara sería inmediato.

La petición de Ladreda fue atendida y una lluvia de fuego de artillería castigó, una vez más, la población civil que habitaba en el casco urbano y, lo que fue más despiadado, cañoneó de forma bestial el hospital donde estaban pacientes de toda Asturias y algunos heridos de la metralla.

Explican los diarios que los pacientes huían de las explosiones en caótica carrera; buscaban el Campo San Francisco, donde se consideraban seguros porque ni los cañones ni la aviación lo tenían como objetivo.

Y se produjo entonces el milagro de la solidaridad. Los vecinos de las acomodados edificios de la calle de Marqués de Santa Cruz respondieron con rapidez llevando a muchos de los enfermos a sus propios domicilios, donde, dentro de sus posibilidades, proporcionaban atención y cuidados médicos a unos pacientes desamparados por estar ausentes de sus lejanos domicilios, aislados en un Oviedo cercado y sin parientes que pudiesen atenderles. Pasados los años del suceso, nos queda el tener el reconocimiento del heroísmo y generosidad de aquellos vecinos de la calle de Santa Cruz, por su gesto desprendido, benéfico y hospitalario hacia los desamparados enfermos. Y acaso recordar el sufrimiento o gesta de tanto civil atrapado en la ratonera en que se había convertido el Oviedo cercado.

Pero hubo más. Saturados los improvisados hospitalillos, como el que había en el edificio de la esquina de la calle Santa Cruz con la de Cabo Noval, quedaban desatendidos muchos enfermos en el Campo. Se movilizó a los boys scouts de la parroquia de San Isidoro, quienes, con angarillas, algunas de ellas improvisadas, comenzaron a trasladar a enfermos y heridos a las naves del templo de la plaza del Ayuntamiento. Además de los jóvenes camilleros hubo una corriente de asistencia vecinal que atendió, en la medida de lo posible, a aquellos enfermos de toda Asturias, supliendo la obligada ausencia de familiares.

El relato de lo sucedido entonces en Oviedo puede extenderse lo que se quiera. Se puede explicar el terrible azote del hambre, la muerte por carencia de todo, en especial las medicinas; el frío, la falta de alumbrado eléctrico o como enterrar a los muertos en los cementerios improvisados: los de Falange, por ejemplo, en el patio del colegio Auseva de la calle de Santa Susana, otros en los jardines del Real Monasterio de San Pelayo, entrando por la puerta de la calle del Águila y así sucesivamente, improvisando para salir del apuro.

Por eso, cuesta entender cómo ahora pueda haber personas que duden que la Gesta de Oviedo pueda ser de un bando solamente. La Gesta de Oviedo fue de todos los que quedaron atrapados en la ciudad, y sería mezquino en exceso negarlo, en cuyo caso parece mas bien alarde de ignorancia histórica sobre lo que sucedió entonces en la capital de Asturias. La plaza de La Gesta de Oviedo es un nombre que recuerda con fidelidad un suceso que quiera Dios que no se repita nunca más.

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