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La mar de Oviedo

Ítaca

Con frecuencia voy al Alimerka de Fuertes Acevedo a comprar yogures de mango; suele hacer guardia un pedigueño, gitano de Pedruño, o una zíngara madura sentada en el quicio, pero ayer vi un saludable y sonriente africano; salió del Congo con su madre, hace cinco años, cuando era adolescente, atravesó Camerún, Nigeria, Níger, el desierto del Teneré, donde la perdió a ella, deshidratatada; cruzó Malí y Mauritania, con todas sus fronteras, fauna y guerrillas, maduró tras mil sobornos hasta, después de recorrer unos seis mil kilómetros y gastar cien chanclas, acercarse hecho un hombre a las mafias atlánticas para emprender la singladura a Canarias en una patera. Fuerteventura, de nombre pintiparado, le dio la bienvenida a Europa, y de ahí vino a recalar a Buenavista, otro nombre que se las trae, donde yo le regalé un yogur de mango. Va a ser cierto que la esperanza es la mayor de las locuras.

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