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Una obra gigantesca

En una región como la nuestra, a menudo tan huérfana de talentos, resulta más dolorosa si cabe la pérdida de Joaquín Varela Suanzes, que deja un vacío imposible de llenar.

No me pierde el afecto -que tampoco puedo disimular- si afirmo que fue el más importante historiador del constitucionalismo que tenía actualmente nuestro país, y uno de los más importantes de Europa. Su obra avala sobradamente esta afirmación: más de doscientas veinte publicaciones sobre la materia, muchas de ellas traducidas al inglés, francés, italiano y portugués, incluidos once monografías y una docena de ediciones críticas de autores y de textos clave en la historia constitucional.

Catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Oviedo desde 1990, Joaquín Varela nació en Lugo (1954), y tuvo la fortuna de formarse con uno de los más brillantes constitucionalistas que ha dado el siglo XX en España, Ignacio de Otto, por el que siempre mostró una admiración extraordinaria y al que acompañó en su incorporación a la Universidad de Oviedo como docente. Fue este gran maestro quien dirigió su tesis doctoral, dedicada a las Cortes de Cádiz y que obtendría en 1981 el primer premio Nicolás Pérez Serrano a la mejor tesis doctoral sobre Derecho Constitucional de España.

A pesar de su admiración intelectual por Ignacio de Otto, Joaquín Varela decidió seguir una trayectoria intelectual muy distinta. El Derecho positivo no llenaba sus expectativas, y mantuvo la línea abierta con su tesis doctoral, especializándose en la historia del constitucionalismo, aunque no sólo español, sino comparado, algo realmente inusitado hasta entonces. Ello le valió ser considerado como un caso excepcional entre sus propios colegas constitucionalistas: aquel gallego de origen y asturiano de adopción se alejaba de la regla general, el estudio de las normas y de la jurisprudencia constitucional. Su visión, harto distinta, abrazaba el estudio del constitucionalismo occidental desde sus orígenes hasta la actualidad, lo que le permitía tener una panorámica general -temporal y territorial- sólo al alcance de alguien con su extraordinaria capacidad de abstracción y síntesis. Pero esta particularidad investigadora de Joaquín Varela no le reportó aislamiento intelectual: muy al contrario, fue admirado por igual por sus colegas constitucionalistas e historiadores, a los que hizo partícipes de su particular modo de entender la historia constitucional, entremezclando el estudio de las normas con el del pensamiento político y la práctica institucional.

Sus aportaciones trascendieron las fronteras españolas. Fue profesor visitante en centros de investigación tan reputados como la London School of Economics and Political Science, la Universidad de la Sorbona o el Instituto Europeo de Florencia. Participó en docenas de conferencias en Europa e Iberoamérica y fue invitado a formar parte del consejo científico de numerosas editoriales y revistas, incluyendo la dirección de una de las más prestigiosas colecciones del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Y, lógicamente, su propia Universidad reconoció sus excelsos méritos, integrándolo como investigador titular del Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII.

Pero su dinamismo intelectual no se detuvo con tan sobresalientes aportaciones. Quiso fundar una escuela que sirviera como referente mundial para la historia constitucional, y dio vida al Seminario de Historia Constitucional Martínez Marina, así como a la primera revista y editorial ¡del mundo! dedicadas monográficamente a aquella materia. Un punto de encuentro -como le gustaba decir- para todos aquellos que sintiesen inquietud por el origen de nuestras Constituciones.

Todos estos logros hacen que uno se sienta pequeño a su lado. Pero representan sólo una fracción de lo que le quedaba por contar. Quienes tuvimos la fortuna de conocerle personalmente sabemos que era una fuente inagotable de ideas y que muchos, muchísimos proyectos, tuvieron desgraciadamente que quedarse en el cajón. Pero lo que más sentiremos, tanto sus compañeros del Área de Derecho Constitucional de la Universidad de Oviedo como aquellas personas que, como Visi o Clara Álvarez, estuvieron a su lado en los momentos más duros, es su nobleza de carácter y su generosidad. Nadie como él era tan amigo de sus amigos, por quienes estaba dispuesto a enfrentarse con quien fuese; nadie como él simbolizaba el sano (y cada vez más infrecuente) espíritu universitario de guiarse por la excelencia, y no por las rencillas, las envidias y los postureos. También ese ejemplo nos deja.

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