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La mar de Oviedo

Hipocresía

A eso de la una, alguien que conozco llegaba inveteradamente al Esteban, entre Campoamor y Manuel Pedregal, donde nos reuníamos para tomar unos culetinos con bígaros, y según entraba decía en voz alta, dirigiéndose a la barra: "¡Pa mí pequeñu!". Antes de que le apurrieran el vaso ni llegara su turno, salía él con la cantinela: "¡Pa mí pequeñu!". Hay marmolillos sin pulir, susceptibles de educación; otras personas, en cambio, como los antiguos papeles de cebolla que utilizábamos para el dibujo de planos, ya no admiten un raspado más porque son finísimas: "¡Pa mi pequeñu!". Piden y, al mismo tiempo, hacen alarde de su moderación. En versión femenina y medieval algo así como: "¡Por favor don Juan que soy doncella!"; una especie de: "¡Sáquela hacia adentro!". Aunque, bien mirado, ese "¡Pa mi pequeñu!", parece un homenaje del vicio a la virtud.

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