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TRINIDAD FERNÁNDEZ | Pintora

"Rubio Camín y yo nos casamos en una aldea de Asturias y con sólo 16 pesetas en los bolsillos"

"Mi tía Paz Fernández estaba casada con Justo del Campo y del Castillo, hijo de la pintora Carolina del Castillo; su chalé de Gijón estaba plagado de cuadros y empecé a copiarlos con acuarelas y a meterme por la pintura"

Junto a Isabel Roldán García-Lorca (a la izquierda).

Trinidad Fernández Martín descubrió la pintura tras experimentar varias tragedias familiares: un padre fusilado en Avilés, tras la Guerra Civil, "por republicano"; una salida de la Villa del Adelantado, tras aquel suceso, en dirección a Barcelona, junto a su madre embarazada y dos tías, y, finalmente, unos años después, el fallecimiento temprano de su madre, "que no logró superar aquella etapa". En total orfandad, Trinidad Fernández llegó entonces a Gijón, donde la acogerían sus tíos: ella, hermana de su padre, y él, hijo de la pintora Carolina del Castillo. Aquel chalé de sus tíos, plagado de cuadros, la impulsó a copiar algunos y sacar "de un óleo una acuarela". Gijón fue también crucial en su educación artística y sentimental, ya que conoce al entonces pintor Joaquín Rubio Camín (1929-2007), del que recibe clases, y con el que acaba casándose. En la misma villa de Jovellanos había pertenecido al Grupo Joven Pintura Gijonesa, y había participado en una exposición colectiva, organizada por la Universidad de Oviedo, en 1953. Además, obtiene una beca del Ministerio de Educación, para una estancia en París, en 1956. Y en 1957 concurre por primera vez a la Exposición Nacional de Bellas Artes, en la que obtiene la Tercera Medalla.

Ya casada, se establece a finales de los años cincuenta en Madrid, donde ella sigue viviendo. Participó en la XXXIV Bienal de Venecia (1968), en la Bienal de São Paulo (1969), en el certamen "Femmes Peintres et Sculpteurs" (París, Museo de Arte Contemporáneo, 1975) o en el Homenaje a Miró (Palma de Mallorca, 1977).

Después de sacar adelante a sus dos hijas, Mónica y Verónica, Trinidad Fernández decidió separarse de Rubio Camín. No obstante, el trato entre ambos nunca se malogró y en 2007, en su estreno en la galería Gema Llamazares, de Gijón, Trinidad Fernández expuso las obras de "Los escondites de tres", la última que aún pudo ver Rubio Camín y que el antiguo maestro contempló con entusiasmo. Dos años después, en la misma galería, Trinidad Fernández le dedicó la exposición "Sueños descubiertos": "A la memoria del que fue maestro y padre de mis hijas, Joaquín Rubio Camín".

Trabajadora intensa sobre el lienzo, su ritmo se ha frenado algo mientras se recupera de la segunda fase de una dolencia, y dicta sus "Memorias" para LA NUEVA ESPAÑA.

Un padre que iba por libre.

"Mi padre, Constantino Fernández Álvarez, era de Avilés, y médico dentista. Lo mataron a los 34 años, por ser republicano. Fue después de la Guerra Civil, cuando mataron a tantos Él era hijo de un farmacéutico muy famoso que hubo en Avilés, el de la farmacia Prendes, porque mi abuelo paterno se llamaba Constantino Fernández Prendes, pero él se quitó el Fernández para poner el nombre de la farmacia. Cuando mi abuelo falleció, heredó la farmacia una hija suya, tía mía, que se llamaba Etelvina Fernández Prendes. Todo eso yo no lo viví porque era muy pequeña y, además, tras la muerte de mi padre nos fuimos en barco a Barcelona mi madre, Trinidad Martín, dos tías mías (una, hermana de mi padre y otra, de mi madre) y yo. No volvimos a Avilés nunca más. Mi padre era un hombre altruista que, por ejemplo, se iba al puerto de Avilés a enseñar a leer a los marineros y a la gente que estuviese por allí. Así que era una persona que lo daba todo, y pensar que a un hombre así, de quien todo el mundo hablaba maravillas, lo pongan en un paredón y lo fusilen es algo que a mí me dejó completamente trastocada. Me doy cuenta de que conservo unos recuerdos de muy pequeña sobre todo aquello y sé que me dejó muy marcada. Por eso, tal vez, nunca fui una persona convencional y siempre quise ir por libre. Y también con respecto a la familia y los hijos. En el caso de mi padre, el entorno le exigía que fuera con su mujer a las citas sociales o que acudiera a los compromisos de la ciudad, pero él iba por libre, como me pasó a mí después".

Con su marido y maestro, Rubio Camín.

Un lenguaje universal.

"También recuerdo con certeza que casi todos los amigos que tenía mi padre eran daneses, suizos o de otras naciones. Él era un hombre totalmente cosmopolita, un hombre del mundo, nada provinciano. Estaba en contacto con todos esos amigos extranjeros y se escribía con ellos, siempre muñendo algo. Y esa relación se debía a que mi padre era idista, es decir, manejaba el ido, una lengua parecida al esperanto, un lenguaje internacional que le ponía en contacto con medio mundo. Así, unos amigos suyos de Suiza, intimísimos, que nos acogieron después, y vivimos temporadas con ellos, eran idistas y recuerdo que de pequeña me enseñaron, por ejemplo, una especie de sótano biblioteca abarrotado de papeles por completo, que eran traducciones de textos de todo el mundo y cosas de ésas".

Muerte de la madre.

"Ya conté que tras la muerte de mi padre nos fuimos a Barcelona mucho tiempo, yendo y viniendo de Berna (Suiza), porque esos amigos de mi padre, en cuanto vieron que habíamos quedado en esa situación catastrófica, nos llamaron para que fuésemos allí y se hicieron bastante cargo de nosotros, principalmente de mi madre, de mí y de mi hermano, que acababa de nacer porque mi madre se había ido embarazada de Avilés. Más tarde ya nos quedamos en Barcelona, pero allí fue donde mi madre falleció muy joven, también porque fue una etapa que ella no pudo superar. Como se ve, es todo muy trágico en mi niñez".

Despierta la afición.

"Después, cuando me quedé huérfana totalmente, hacia los trece años, me fui a vivir con unos tíos a Gijón. Unos tíos que yo no conocía prácticamente de nada. Mi tía, Paz Fernández, era hermana da mi padre, y su marido era Justo del Campo y del Castillo, hijo de Carolina del Castillo, la pintora. Los Del Castillo eran una saga importante de Gijón, con ingenieros, dentistas o la farmacia Castillo. Cuando llegué a su casa, vi que estaba plagada de cuadros y empecé a copiarlos y a hacer algunas acuarelitas. Ahí creo que fue cuando empecé a meterme por la pintura. Su casa, un chalé antiguo precioso, de piedra, estaba enfrente del cine que se llamaba los Campos Elíseos. Así que se me despertó la afición, tuve dos profesores de pintura y empecé a ver que había un estilo que me gustaba más y otros menos. Seguí copiando aquellos cuadros de la casa y de un cuadro al óleo yo sacaba una acuarela. Ahí empezó la cosa y luego me acuerdo que siendo todavía muy cría, con 14 años, me presenté a una exposición de pintores noveles de Gijón, para la que se confeccionó un pequeño cataloguito que tengo todavía por ahí".

De niña, haciendo punto.

No insoportable, pero casi.

Estudiaba por libre, porque de momento me habían puesto un profesor particular. Más tarde, la familia de mis tíos se mudó de aquel chalé al paseo de Begoña, a una casa que estaba enfrente del teatro Jovellanos. Los tres últimos años del Bachillerato ya los estudié en el colegio de las Ursulinas. El Gijón de aquellos años me agobiaba y me gustaba a la vez. Yo era muy urbana, porque me acordaba mucho de Barcelona. En cambio, la ciudad pequeña me agobiaba un poco, pero me gustaba mucho porque estaba el mar, porque tenía la playa al lado y porque tuve varias amigas. Todo eso fue gratificante, pero lo que no funcionaba era que no me llevaba muy bien con mi tía, porque la hermana de mi padre era una mujer un poco retorcida. Entonces, aquella niña que tenia ínfulas de pintora no le hacía muy feliz a la tía, que le hizo la vida no insoportable pero casi. En cuanto a mi tío, como su madre había sido pintora, veía mis aficiones y le hacían más gracia. Pero ella me tenía como 'esa niña tonta que viene a pintar', y me lo reprochaba todo y me echaba en cara que yo era huérfana y que ellos me habían recogido. Total, que mis recuerdos de Gijón son así, así".

Boda anticonvencional.

"Hacia los 17 o 18 años empecé a salir con gente de mi edad y conocí a Camín por la pintura. Él daba clases de pintura y yo ahorré un poquito de dinero y me fui a recibir clases suyas. Tenía el estudio al final del paseo de Begoña y allí fue donde nos hicimos novios. Él quería hacer su vida de pintor en Madrid y se vino primero, porque tenía sus hermanas trabajando aquí. Empezamos a cartearnos y luego nos casamos. Nuestra boda en Gijón fue bastante sonada porque los dos éramos muy anticonvencionales y estábamos muy fuera de todo lo divino y lo humano. Yo me negué en absoluto a vestirme de blanco y todas esas cosas. Pero había que casarse por la Iglesia quisieras o no, y entonces nos fuimos a una aldea muy remota y le dijimos al cura que queríamos casarnos allí. Yo no me vestí de nada y fui a la boda con una zamarra de pana y una falda de cuadros amarillos y blancos. Las mujeres de aquella aldea fueron todas a ver la boda y se preguntaban: '¿Pues quién será la novia?, porque ésta no pueda ser'. Las hermanas de Joaquín iban con unos vestidos negros muy pomposos y las aldeanas creyeron que era una de ellas la que se casaba. Antes de meternos en la iglesia, estuvimos tirando piedras a un castaño y cogiendo castañas. A todo eso, vino a ser padrino de nuestra boda un periodista de entonces, Arcadio Baquero, que había trabajado en 'Región', 'El Comercio' y 'Voluntad'. Por todo eso, mi tía se fue a la peluquería a contarle a las peluqueras que yo era una rebelde, que '¿a quién se le ocurre??'. Total, que cuando nos marchamos inmediatamente después de la boda y vinimos a Madrid, serían los años cincuenta y bastantes, entonces la gente de allí confeccionó una serie de historias sobre la boda; por ejemplo, que el banquete consistió en que nos habíamos hecho una tortilla de patatas y nos la habíamos ido a comer a La Providencia. Era mentira, pero fueron adornando hasta que llegó a ser una boda completamente heterodoxa. Lo que sí es vedad es que al casarnos Joaquín y yo teníamos 16 pesetas en los bolsillos".

Ambiente en Altamira.

"Él ya estaba pintando y había tenido alguna exposición. Tuvo dos o tres, y una de ellas, por ejemplo, fue en la Universidad de Oviedo, y fuimos todo un grupo de pintores gijoneses a verle la exposición. Tuvo mucho éxito y yo estaba encantada. Ya me consideraba a mí misma pintora, porque ya me habían sacado en los periódicos y todo eso. El ambiente artístico en Gijón era bueno. Había mucha afición y unos cuantos pintores que ya tenían cierto nombre, que exponían juntos o que se reunían. Luego empezamos todos los veranos que íbamos a Gijón a reunirnos en la galería Altamira, de Eduardo Suárez. Su galería estaba siempre a nuestra disposición, y allí expusimos muchos veranos. Era muy agradable ir allí y reunirnos con gente que conocíamos y con Eduardo, para hacer tertulias. Ya digo que aquel ambiente artístico era agradable y simpático".

Trinidad con sus hijas, Mónica y Verónica.

No quedar en el agujero.

"Joaquín y yo volvíamos por los veranos a Gijón y cuando regresábamos a Madrid hacíamos lo que podíamos, como vender algún cuadro para ir viviendo. Joaquín había venido a Madrid porque aquí estaban su madre y sus hermanas. Empezó a ir a las tertulias del Café Gijón y a moverse por algunos círculos y decidió quedarse. Salir adelante con la pintura fue dificilísimo porque nos casamos con poquísimo dinero e hicimos verdaderos esfuerzos. Lo que no se puede uno imaginar para salir adelante y comer todos los días. Pero lo conseguimos. Íbamos vendiendo obra aquí y obra allá, poquito a poquito. Todo muy difícil, pero, vamos, no nos pasó nada; quiero decir que nos quedamos metidos en un agujero. Fue difícil, pero no imposible".

El fotógrafo Gonzalo Juanes.

"Nos fuimos a vivir cerca de Ventas y por la zona vivía Isabel Roldán García-Lorca, prima de Federico García Lorca. También tratábamos con dos o tres escritores que también vivían por aquel lugar. Quiero decir que era como un barrio en el que había unos cuantos que eran intelectuales, más o menos; unos escritores y otros pintores, e íbamos juntos a los sitios. Una de las personas de nuestro círculo era Gonzalo Juanes, el fotógrafo gijonés. Él había venido a trabajar a Madrid y participaba en tertulias de la Real Sociedad Fotográfica, donde conoció a Joaquín, que también hacía fotografía. Juanes regresó más tarde a Gijón".

Escultura en las fachadas.

"Otro vínculo fue con Antonio Suárez, porque Joaquín y él habían empezado juntos a trabajar en el estudio de un arquitecto gijonés, Miguel Díaz Negrete, que en varios edificios introdujo esculturas en las fachadas. Camín y Suárez se hicieron amiguísimos y Antonio se marchó más tarde a trabajar a París".

Pasión por la fotografía.

"El Ministerio de Educación Nacional me dio una beca para ir a París, por donde todo pasaba en cuestiones de arte. Vino Joaquín conmigo. Vimos exposiciones y pintamos algo, pero ante todo fuimos a París a observar, a ver museos y todo eso. Luego volvimos dos o tres veces más, pero por nuestra cuenta y porque además mi hermano Constantino vivía en Suiza y cuando viajábamos a verle lo hacíamos yendo a Suiza o a París. Constantino había nacido poco después del fusilamiento de nuestro padre. Mi madre estaba embarazada de él cuando salimos de Avilés en dirección a Barcelona. Después, él se quedó en Suiza porque con el tiempo se había casado con una hija de aquellos amigos de mi padre que nos habían cuidado después de su muerte. Constantino se hizo suizo y nos llevó muchas veces con él. Salía a nuestro encuentro y nos íbamos o bien a Suiza o bien a París. Mi hermano era también aficionadísimo a la fotografía y estuvo trabajando en unos estudios de Ginebra. Él era médico y trabajaba en la realización de vídeos didácticos sobre medicina. Gracias a la fotografía encajó muy bien con Joaquín. Eran como uña y carne".

Trinidad fernández

Formar una familia.

"Yo me quedé embarazada enseguida y tuve una niña y a los dos años otra niña, Mónica y Verónica. Estuvimos casados unos cuantos años, hasta que un día yo vi que la vida familiar era algo en lo que no encajaba. Yo no era una persona preparada para formar una familia. Pero la formé e hice todo lo que pude para no destruirla, pero llegó un momento en el que me ahogó el entorno familiar, el tener que ir a todos los sitios con mi marido, todo eso Fui yo la culpable de decir: ‘Quiero respirar, quiero respirar’. Vivía como constreñida y creo que era por ser una persona que había sido huérfana y sola durante años. Por eso nunca jamás me vi en una vida de familia, pero hice todo lo que pude para sacar a mis hijas adelante. De hecho, no me separé hasta que ellas fueron mayorcitas. Después, ya me dije ‘no, que yo con esto no puedo más, y ellas ya son personas adultas’. Entonces fui yo la que me quise separar y Joaquín lo llevo muy mal, muy mal en aquel entonces. Yo me quedé con esta casa de Madrid en usufructo y ahí se acabó la historia con Joaquín Rubio Camín".

Respeto y admiración.

"Joaquín me quería muchísimo y conmigo no se sentía rival. Él fue mi gran maestro, el que creyó en mi talento desde el comienzo. Yo era sólo una niña, y él me contagió todo el entusiasmo por el arte. Además de artista, era muy sabio y muy buen maestro. Me decía siempre: ‘Por aquí vas bien; este cuadro no, éste sí’. Como maestro le recuerdo con un gran respeto y una gran admiración y agradecimiento, porque me fue guiando muy bien. En el primer momento, Joaquín pintada todo a espátula y yo me engolfé un poco con la espátula, pero luego me fui pasando al pincel. Él se dedicó a la pintura hasta que llegó un momento en el que se pasó a la escultura porque ahí se sentía más cómodo. Yo seguí pintado".

Evolución del estilo.

"Después de separarme tuve mi vida aparte y una relación de amistad y de salir mucho juntos con José Luis Sampedro, el economista, catedrático y escritor. Éramos muy amigos y mucha gente creía que éramos amantes. Pero en realidad fue una relación larga en la que salíamos juntos todos los fines de semana. Mi pintura fue al comienzo bastante naif y hacía cuadros que eran paisajes asturianos o paisajes de París, muy espontáneos, muy frescos, aunque algo elaborados. De esos cuatros todavía tengo y continúo vendiéndolos porque la gente me los sigue pidiendo. Pero mi pintura es muy evolutiva, fui pasando de un estilo a otro, pero siempre con un toque propio. Rubén Suárez, el crítico de arte de LA NUEVA ESPAÑA, me dijo una vez: ‘Un cuadro tuyo lo vería ahora en Australia y sabría que es tuyo porque tu mano se ve’. Pues muy bien, yo encantada".

Un nirvana.

"Pinto en un estado de ensoñación, como en una nube, como si estuviese en éxtasis. Por eso el cambio de estilo no corresponde a un cambio deliberado, sino a una manera de pintar totalmente libre. No hago bocetos ni preparativos, yo pinto y pinto en un estado como de nirvana, y el cuadro se va llenando y me va llevando por donde él quiere; empiezo a manchar y el cuadro me arrastra".

Última exposición.

"Tras la separación, mi relación con Joaquín Rubio Camín siguió siendo buena. No puedo olvidar cuando pintábamos juntos y nos mirábamos el uno al otro. Él tuvo siempre un gran respeto hacia mí como pintora y fue conmigo una persona absolutamente impecable. Y cuando alguna vez le dije: ‘No sé, a lo mejor si dejo de pintar’, él se ponía frenético: ‘Tú no puedes dejar de pintar’. Siempre me animó, siempre creyó en mi talento como pintora y siempre me azuzó. Incluso cuando ya estábamos separados y él se había vuelto a casar me decía: ‘Tú sigue pintando’. Y en la última exposición mía que él visitó, que era la primera que hice con la galería de Gema Llamazares, en la inauguración le dijo a Gema: ‘Como pintora no conozco a otra’.

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