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Los tesoros de papel de la Catedral

El archivo catedralicio, dirigido por Agustín Hevia, custodia auténticas joyas que recogen hechos clave de la historia de Asturias desde el 803, año del documento más antiguo que se conserva en sus fondos

La firma de Rodrigo Díaz de Vivar, "el Cid Campeador", en la donación de Alfonso VI, acta de apertura del Arca Santa, de la que el guerrero castellano fue testigo.

En un taller secreto, en el interior de la catedral de Oviedo, un equipo de restauradores coordinado por Paz Navarro, del servicio de Conservación y Restauración de Obras de Arte y Patrimonio Arqueológico y Etnográfico del Instituto de Patrimonio Cultural de España (IPCE), está rehabilitando el Arca Santa. Una pieza clave del patrimonio asturiano, de relevancia no sólo en los ámbitos de la fe o la Historia del Arte, también en asuntos más terrenales, toda vez que los distintos episodios de su convulsa biografía tuvieron, incluso, trascendencia política en sus respectivas épocas.

Así sucedió, sin ir más lejos, el 13 de marzo de 1075. El día en el que, en presencia del rey de Castilla, Alfonso VI, y de su buen vasallo, Rodrigo Díaz de Vivar, el mítico "Cid Campeador", se abrió el arca. Un momento histórico que quedó recogido en un acta del que se conservan nada menos que dos copias en el Archivo de la Catedral de Oviedo. Un extraordinario conjunto documental en el que, bajo la rigurosa dirección de Agustín Hevia, se custodian éstas y otras maravillas que arrojan luz sobre momentos clave de la historia de Asturias.

"El Arca Santa llegó a Asturias en tiempos de Alfonso II. Había salido de Jerusalén en el 614, por la invasión persa. Llegaron a España y con la invasión árabe se guardan en el Monsacro, hasta que Alfonso II las traslada a Oviedo. Según las crónicas, cuando trataron de abrirlo se produjeron emanaciones eléctricas, y algunas personas quedaron ciegas. Por eso permaneció cerrada hasta el 1075, cuando Alfonso VI viene a Oviedo y se abre, además con gran facilidad", relata Hevia. Consciente de estar viviendo un momento histórico, el monarca pidió al notario real que levantara acta de la apertura del arca, y todos los presentes firmaron el documento: Alfonso VI y el Cid, por supuesto, pero también las infantas Urraca y Elvira, hijas del rey, y diversos nobles, prelados y abades.

De esa acta de apertura del Arca Santa, que incluye la donación real del territorio de Langreo a la sede episcopal de San Salvador, se conservan dos copias, ambas datables a comienzos del siglo XIII. Una de ellas se custodia en el archivo catedralicio desde tiempos inmemoriales, pero la historia de la segunda copia es más rocambolesca. El documento apareció en la casa de subastas Sotheby's a principios de este siglo: "Desde Sotheby's hicieron una consulta porque en el reverso del documento aparece una inscripción que lo vincula con la catedral de Oviedo. Enviaron una copia a María Josefa Sanz, de la Universidad de Oviedo, que corroboró la procedencia. Entonces la familia propietaria del documento, los García Trelles, decidió retornarlo a la Catedral, en un gesto admirable", relata Hevia.

La duda estriba en cómo salió ese documento de los fondos eclesiásticos, aunque Hevia lo tiene bastante claro: "Durante la Guerra Civil, en torno a 1937, los fondos del archivo se trasladaron a los bajos del Banco Herrero, para evitar que pudieran ser destruidos por un bombardeo o un incendio. Después, se retornó a la Catedral, pero no volvió todo. Y pudo ser ahí cuando se extravió". La familia García Trelles, desconociendo el origen del documento, lo adquirió en Villaviciosa en 1971, custodiándolo hasta su restitución al archivo catedralicio.

El acta de apertura del Arca Santa no es, ni mucho menos, el documento más antiguo que se conserva en el archivo. Ese honor lo ostenta una donación fechada en el año 841 de la Era Hispánica, que se inicia con la fundación de Roma y se corresponde con el 803 de Nuestra Era, que se comienza a contar con el nacimiento de Cristo. El documento, conocido como "Ego Fakilo" -"Yo, Fakilo"-, recoge una donación de tierras por parte de una mujer, Fakilo, al monasterio de Libardón, y es no sólo el más vetusto entre los tesoros del archivo catedralicio, sino el documento medieval más antiguo de los reinos españoles. "Aquí se recogen los primeros topónimos asturianos", destaca Agustín Hevia.

De unos pocos años después, el 812 d. C., es el Testamento de Alfonso II, cuya originalidad ha sido puesta en entredicho por algunos investigadores, y que está ilustrado con una delicada miniatura de una cruz, con el alfa y el omega en sus brazos. Un documento muy relevante para la historia de Asturias, ya que el rey Casto dona, en este documento, diversas propiedades palatinas en Oviedo.

En la Baja Edad Media, la proliferación de documentos relativos a la diócesis ovetense se multiplica. Esto se debe, precisa Hevia, a la labor de dos obispos que cuentan con sendos "scriptorium", o taller de escritura, sensacionales: Pelayo (obispo de Oviedo entre 1101 y 1129) y Gutierre de Toledo (que dirigió la diócesis entre 1377 y 1389). El primero es, de hecho, el fundador del archivo catedralicio, y ordenó a sus escribas recopilar todos los testamentos y donaciones en un único volumen: es el "Liber Testamentorum" o "Libro de los Testamentos", también conocido "Libro gótico" de la Catedral, por el tipo de letra utilizado.

El obispo Gutierre, por su parte, tuvo gran relevancia histórica y política debido a su participación en el conflicto entre Juan I de Castilla y su medio hermano, Alfonso Enríquez, quien trató de hacerse con el trono de Castilla usando como plataforma sus dominios en Asturias, tal y como había hecho su padre, Enrique II, antes que él. Durante el conflicto, Gutierre permaneció leal al rey y, con su intervención, logró contener la rebelión. Estos sucesos propiciaron el nacimiento del Principado de Asturias, ya que Juan I quiso cerrar la lucha dinástica otorgando a su heredero la dignidad de "príncipe", vinculada a los territorios asturianos. La lealtad de don Gutierre, además, fue reconocida por el rey con la concesión del señorío de Noreña, que permanecería ligado al obispado de Oviedo hasta mediados del siglo XX.

De tiempos de don Gutierre se custodian en el archivo volúmenes tan notables como el libro de "La Regla Colorada", de 1383 y que está escrita en una singular tinta roja. Se trata de una recopilación de documentos vinculados a la diócesis. Rico en miniaturas, el volumen contiene imágenes singulares como la célebre estampa del conejo gaitero, un saltimbanqui o incluso, en un margen, la síntesis de dos fábulas de Esopo: "La zorra y el gallo" y "El perro y la liebre". También de los tiempos de Gutierre de Toledo es el "Libro becerro", de 1385, que es la primera recopilación de documentos de todas las parroquias de la diócesis, y cuyo nombre deriva de la piel usada para hacer los pergaminos. "Es un libro muy importante, porque indica la distribución geográfica de todas las parroquias, sus propiedades y sus bienes, siguiendo siempre el mismo esquema", explica Hevia.

Mas estos tesoros son sólo una parte del gran archivo catedralicio. Entre sus fondos hay 81 tomos de incunables, 54 códices, 1.318 pergaminos, 50 cuadernillos de actas capitulares, 107 libros de fundaciones, 23 libros de San Martín, 107 libros de fundaciones, 5 libros de consulta e incontables misterios que aguardan a ser resueltos por los investigadores.

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